lunes, 22 de agosto de 2011

La Casa de los Misterios

La Urbanización, donde he veraneado, estaba compuesta por una serie de bungalows, casitas de una planta con un pequeño jardín a la entrada. A través de los años se ha ido modificando su aspecto y de aquellas casitas blancas, todas iguales, apenas quedan algunas muestras. Los propietarios han ido transformándolas progresivamente, convirtiendo el jardincito en un porche, muchas veces acristalado, totalmente cerrado, y, construyendo encima de la edificación una nueva planta; cada cual la ha pintado asu gusto, de distintos colores, por lo que ha perdido toda la armonía del conjunto. Desastres urbanísticos consentidos por el Ayuntamiento de turno.

Estas casitas fueron compradas, en su tiempo, por matrimonios de jubilados o a punto de jubilarse. También adquirieron aquí como segunda vivienda muchas familias de extranjeros, principalmente alemanes e ingleses y algunos franceses. En general, hay buena armonía. Los alemanes son muy correctos y amables; cada vez que pasan saludan, lo mismo los padres que los niños con un ¡hola! muy gracioso. Probablemente es la única palabra que conocen de nuestro idioma. Intentan integrarse. ¡Son encantadores!.

No puede decirse lo mismo de otros grupos humanos, especialmente los ingleses que aunque te pisen no tienen la amabilidad de una disculpa y son incapaces de un saludo.
En la calle hay varias viviendas vacías porque precisamente están ocupadas durante el invierno cuando sus moradores acuden huyendo del frío de sus países de origen. En el verano vuelven a su tierra en busca de un clima más fresco que el del Mar Menor.

Una de las viviendas limítrofes si estaba habitada por no sabemos quién. Allí entraban y salían distintos individuos, todos llegaban en coches impresionantes. Sólo veíamos a una chica joven, rubia, muy guapa, de lacia melena, alta y delgada. Siempre la vimos con la misma ropa: un vestido mini, blanco, de punto calado por lo que se le transparentaba un bikini negro debajo, siempre el mismo, también. Nunca salía sola, ni iba a la playa ni de compras, en fin algo que nos parecía un poco raro.
Un día pudimos oír una discusión acalorada y llantos de la joven. Cuando después salieron llevaba unas enormes gafas de sol y un gesto de amargura que hasta nos hizo pensar que pudiera estar secuestrada. El dueño se presentaba, a veces, con un camión de matrícula inglesa, con materiales de construcción, pero nunca lo vimos con ropas de trabajo. En fin, algo muy extraño.
De repente, un buen día desaparecieron todos de la casa, quedando ésta completamente vacía y, todos los vecinos con aficiones detectivescas nos quedamos sin saber qué se cocía en la vivienda contigua. Todos habíamos podido observar a diario el movimiento de entradas y salidas que nos parecían un tanto sospechosas, intrigándonos el extraño proceder de sus moradores.

Por eso, sin previo acuerdo, desde entonces todos los vecinos dimos en llamarla La Casa de los Misterios.

miércoles, 17 de agosto de 2011

Las fiestas de antaño

Después de vivir este año las fiestas patronales del pueblo, desearía hacer un recordatorio de cómo las celebrábamos en los ya lejanos días de mi infancia. Tienen pocas similitudes, aunque en ambas sea común el ambiente de alegría y contento que se respira y es propio en tales fechas.

Entonces, cuando Las Candelas se celebraba el día 2 y San Blas el 3 de febrero, ya la climatología era distinta. Todos teníamos que ir con abrigo y arrebujados en bufandas.

El ambiente festivo comenzaba cuando se hacían los mantecados. Ese día se encendían los hornos de leña que quedaban en el pueblo y las cocinas "económicas". Se reunían varias familias en cada uno para así mejor aprovechar el fuego. Las mujeres todas, conocían la receta a la perfección porque siempre era la misma y pasaba de madres a hijas, así como los moldes, en forma de corazón, estrella, rombo, círculo, etc. Se hacían cantidades desorbitadas, pues después de comer esos días de fiesta todos los que apeteciera y más, solían sobrar buenas cantidades para el resto del invierno. Mi madre los guardaba debajo de la cama en una cesta con tapa que todavía recuerdo. Los mantecados se acompañaban con una copita de anís o un vinillo dulce de Cosuenda.

Como era pleno invierno y las calles estaban sin pavimentar se formaba un barrizal que los hombres se encargaban de limpiar -cada uno el tramo correspondiente a su casa- para que pudiese pasar la procesión y los mozos danzar, sin mayores problemas.

Había que adecentar las casas. Se hacía limpieza general y se sacaban de las arcas y baúles los estores y las colchas nuevas -muy brillantes- para recibir a los invitados que nunca faltaban.

El día anterior tenían que matar los pollos y conejos para tener comida abundante. Aunque no existían los frigoríficos, en febrero no había peligro de que se estropease la carne. También se echaba mano del lechazo, eso en la tienda, que aunque estaba caro... "un día es un día" y San Blas sólo se celebra una vez al año. La paella y el asado eran platos obligados.

La víspera, por la tarde, los quintos iban con un carro hasta la estación de Roa en busca de los músicos o "dulzaineros", como todos los llamábamos. Casi siempre, los de Pesquera, ya conocidos y además tocaban bien. Cada uno de los quintos se llevaba uno a su casa y allí permanecía de huésped los tres días que duraban las fiestas.
Ya de noche daban la vuelta al pueblo pasando por las casas de las Autoridades, tocando, a modo de saludo. Se les invitaba a tomar un mantecado y la copita correspondiente.
Los días de las fiestas estaban dedicados en pleno al pueblo, amenizando la Misa y en la procesión con la dulzaina, mientras los mozos, con sus pañuelos de colores al cuello, danzaban delante de las imágenes. Gracias a algunas personas se ha conservado hasta hoy la tradicional danza de La Culebra, aunque ahora intervienen muchachas que entonces habría sido impensable. Había suficientes mozos para danzar; se pasaban el invierno ensayando, creo recordar que lo hacían en las bodegas.
Antes de comer también había música y después de la comida en el café. Por la tarde, hasta la cena, en la plaza, si acompañaba el tiempo, encima de un carro, a modo de tablado, allí se subían con todos los instrumentos. Después de cenar, en el salón del Ayuntamiento o en el de Tolín. ¡Se ganaban bien el jornal aquellos músicos!
Por la mañana temprano recorrían las calles tocando delante de la casa de todos los vecinos y de las mozas. Todos tenían que contribuir económicamente, según su voluntad, para costear la música.

Al baile acudía la juventud de todos los pueblos de alrededor: Anguix, Quintana, Pedrosa, Villaescusa,etc. Estaba muy animado y siempre salía algún noviazgo.

Para los niños no había muchas cosas especiales, sólo los carameleros y Macario con sus almendras garrapiñadas. Procurábamos guardar algunas "perrillas"que nos daban en el reparto del " mondongo" y las que podíamos sacar de los abuelos y tíos. Había unos caramelos como cachavas, muy grandes, que valdrían, creo yo, 0,50 ó una peseta. Con uno de aquellos teníamos para todas las fiestas.
Lo pasábamos bien acompañando a la música, bailando en la plaza, viendo los juegos de cartas y dados de Macario que, rápidamente, escondía cuando aparecía de improviso la pareja de la Guardia Civil.

Y así, de esta forma, sin grandes alardes, con pocos gastos, se pasaban esas fiestas que eran tan esperadas por todos. Y cuando terminaban, pues a esperar que llegaran las del año siguiente.