sábado, 16 de marzo de 2019

"In memoriam"

    Le faltaban dos meses para cumplir ciento tres años cuando se fue. Una vida larga y plena.

    Había nacido en un pueblecito de Teruel y nunca fue a la escuela porque entonces las niñas debían aprender las cosas de la casa y ayudar a las madres en las tareas del hogar, cuidado de los animales domésticos y el huerto, si había. ¡Ya le hubiera gustado asistir a la escuela !
    Su hermano, que si pudo escolarizarse, se encargó de enseñar a sus hermanas lo más elemental: leer, escribir y un poco de cuentas. Él ya tenía otras miras distintas de las de los mayores y en cuanto tuvo edad salió del pueblo en busca de mejor vida. Después le siguieron las hermanas que se vinieron a Zaragoza y aquí encontraron novio y se casaron.

    Le tocó pasar por distintas épocas: República, Guerra Civil y Posguerra. De todas salió airosa, gracias al esfuerzo y al ingenio. El marido, muy trabajador e instruido -había pasado su infancia y adolescencia en Argentina- montó su negocio: un taller de cerrajería. Para ello compraron una parcela en un barrio de la ciudad. En la planta baja colocaron el taller y encima construyeron la vivienda familiar. Como disponían de mucho terreno criaron gallinas, conejos, patos...con lo cual, en los malos tiempos, tenían la despensa bien abastecida e incluso podían vender a los puestos de los mercados cercanos. También quedaba espacio para un pequeño huerto donde sembrar hortalizas para el consumo familiar. En fin, con unas cosas y otras pudieron capear los malos tiempos de la escasez y el hambre.
    La familia fue progresando y pudieron dar estudios a los dos hijos del matrimonio.
 
    Ya de mayores, al marido le empezó a fallar la cabeza, gran preocupación para la esposa por lo que decidió que los dos ingresaran en una Residencia de Mayores. No era del agrado del marido quien, en cuanto podía, se largaba y se iba a su casa, teniendo que ir a buscarlo con la Policía, pues no sabían cómo los recibiría.  Al fin murió el marido y Benita quedó sola en la Residencia,  -su casa-, como ella la llamaba.

    Era la más veterana y se ganó el cariño de los trabajadores y de los residentes. De carácter abierto. hablaba con todos y, sobre todo, mostraba gran reconocimiento por todos los servicios que le prestaban.

    Amante de la poesía -tenía una gran facilidad para versificar- mostraba su agradecimiento a las Auxiliares recitándoles poemas que ella componía. El personal del comedor sentía cierta envidia porque no les mostraba su especial reconocimiento pero ella saltaba con enfado:"Como queréis compararos con las Auxiliares que nos limpian el culo si vosotras sólo nos ponéis la comida en la mesa". Así era  Benita que no le daba apuro escribir a la Presidenta de las Cortes de Aragón invitándola a visitar "su casa". La Presidenta accedió a su petición , la hizo una visita llevando un regalo y fotografiándose con ella.

    Hay que señalar que no necesitaba gafas para leer o coser. Ella se arreglaba sus prendas cuando se le quedaban estrechas, con esfuerzo e ingenio. Le gustaba mucho leer libros y, sobre todo, el periódico por lo que estaba siempre informada. En la tele veía los programas de debate, sobre todo, durante las Campañas electorales. No se quedaba nunca sin votar porque el acercarse a las urnas lo consideraba un derecho y un deber de ciudadanía.

    Era entrevistada por los periódicos locales y luego se enfadaba cuando malinterpretaban sus palabras o las sacaban del contexto. Alguna vez se acercaron hasta ella alumnos universitarios que debían hacer algún trabajo sobre la Guerra Civil y buscaban personas ancianas que hubieran vivido en esa época para facilitarles información de primera mano. Cuando después  iban a darle las gracias y le contaban que su trabajo había merecido un Sobresaliente lo celebraba como un triunfo propio.

    Hacía tiempo que empezó a escribir sus memorias en el ordenador, desde la época de sus abuelos, allí en el pueblo. Todo para que sus nietos que viven en Chile supieran cuales eran eran sus raíces españolas.

    Disfrutaba mucho en todas las celebraciones de sus cumpleaños, sobre todo su Centenario. Invitaba a familiares, amigos y algunos residentes a una comida preparada en la cafetería del Centro. Nunca se le olvidaba reservar una buena porción de tarta para el personal. Le gustaba participar en todo: concursos de escritura, disfraces de Carnaval, Fin de Año, etc. Y la ilusión que le producía la Lotería de Navidad, siempre comprada con la esperanza de coger el premio Gordo. Lo primero que pensaba era en hacer una fiesta por todo lo alto y después lo demás.Este año pensaba ceder el premio a la Residencia para ampliarla y poner más personal. Convenció a muchas personas para que apoyaran esta decisión.

    Así pasó muchos años de su vida hasta que, poco después de Navidad, sufrió un arrechucho, tuvo que ser ingresada unos días en un Hospital y ya cuando volvió no fue la misma. Aunque físicamente parece que se había recuperado, su mente no era la misma. Nunca la había oído hablar de la muerte y ahora continuamente repetía que para qué estaba ella en este mundo. La deseaba. Ha estado esperando que viniese su hijo desde Chile, con el segundo nieto, para poderse despedir debidamente y con paz entregar su alma.

    Murió como había vivido, calladamente. Su despedida también fue sencilla, sin alharacas. A la ceremonia acudieron unos cuantos familiares, amigos, vecinos y unas trabajadoras de la Residencia. No pudieron asistir más por el trabajo ineludible.

    Adiós a Benita. Deja un grato recuerdo en todas las personas que la conocimos. ¡Descanse en paz!