miércoles, 25 de junio de 2014

Encuentro Interparroquial

    Al igual que en años anteriores, el 21 de junio se organizó un encuentro, esta vez en el Monasterio de La Vid (Burgos) y, ya de paso, por su proximidad, la visita a Las Edades del Hombre, en las iglesias parroquiales de Santa María y San Juan, en Aranda de Duero.

    A las 7 de la mañana ya estaba todo el mundo en el autocar que nos habría de conducir al destino señalado. Sólo una parada cerca de Ágreda para tomar un café, estirar las piernas y atender a las necesidades de cada cual.
A las 11 llegamos a La Vid y ya estaban allí el resto de los excursionistas procedentes de Getafe, Sevilla, Chiclana, Marcilla y Monteagudo.

    Primeramente entramos en la iglesia del Monasterio donde nos explicaron su historia y vicisitudes a trvés del tiempo. Así supimos que el Monasterio de Santa María de la Vid estuvo habitado por monjes premonstratenses (franceses, de San Norberto) hasta la Desamortización de Mendizábal, en 1835. Debe su fundación al rey castellano Alfonso VII con el fin de repoblar estos territorios conquistados a los musulmanes. Los monjes se establecieron entre 1140 y 1152. Esta abadía románica se amplió a partir de 1288 gracias a ser favorecida por Sancho IV, ahora en el nuevo estilo gótico entonces en auge. Constaba de un patio central y alrededor estaban todas las dependencias: iglesia, sacristía, sala capitular, refectorio, biblioteca, panteón de enterramientos,etc. De estas primitivas construcciones queda poco en pie. En el siglo XVI, Íñigo López de Mendoza y los condes de Miranda hicieron una transformación del edificio sustituyendo las construcciones góticas por otras de estilo renacentista.

    Con la ley de Desamortización quedó el monasterio vacío durante 30 años, a merced de todas las calamidades pero, a diferencia de otros muchos que desaparecieron, fue ocupado en 1865 por la Orden de Agustinos Filipinos de Valladilid. Se solicitó a la reina Isabel II y fue atendida la petición porque interesaba políticamente ya que esta Orden tenía Misiones en Filipinas y era de interés mantener la presencia española en las colonias. Se tiene que restaurar el edificio y ahora será en estilo neoclásico la fachada de la iglesia, la entrada principal y se construye una moderna biblioteca con lo poco que pudo salvarse y otros fondos particulares y de la Orden. El monasterio se convirtió en un centro de estudio y formación de sus miembros.

    Comenzamos la visita por la iglesia, de estilo gótico, dividida en dos partes por una magnífica verja: el coro y la iglesia propiamente dicha. Lo más sobresaliente en ella es el altar mayor, presidido por la Virgen, colocada en el centro, en una hornacina. Es una bellísima  talla gótica en piedra policromada, de un solo bloque. Es una imagen sedente con corona también de piedra. En la mano derecha tiene un dorado racimo de uvas y con la otra sostiene al niño, sentado en sus rodillas, en actitud de bendecir. Es de destacar la hermosura de la Virgen, su serenidad y ternura. Los pliegues de la ropa están muy logrados. La hornacina está adornada con espejos en dos de los cuales se refleja el rostro de María. Rodeando la imagen hay cinco pinturas de estilo renacentista (napolitano) en las que están representados los Misterios Gozosos del rosario: Anunciación, Visita a Santa Isabel, Nacimiento, Presentación del Niño en el Templo y la escena de Jesús en medio de los Doctores.

    Después pasamos al Museo en el que pudimos contemplar piezas de mucho mérito: pinturas, esculturas, objetos de culto, libros, vestiduras sagradas, etc. Todo en unas modernas instalaciones de dos plantas, moderno y muy digno.
Pudimos visitar, también, el claustro, de dos plantas, con pinturas modernas, colgadas en los muros de los corredores, representando a miembros insignes de la Orden.
Admiramos también la espléndida escalera de piedra, que da acceso a la planta superior, de una curiosa estructura compuesta de arcos, en distintas direcciones que sostienen los tramos de la misma.

    Después de la visita, la celebración de la Eucaristía, participando los distintos grupos en las Lecturas y Ofrendas.
A las dos y media pasamos al enorme refectorio de la Comunidad, presidido en las dos cabeceras por sendos cuadros de la Santa Cena. También conserva el púlpito del lector desde el que se hacían lecturas piadosas mientras los monjes comían.
Ya estaban preparadas las mesas para los numerosísimos comensales. En un ambiente de alegre convivencia y camaradería degustamos con placer los platos que nos sirvieron. A la hora del café, cada grupo parroquial fue distribuyendo por las mesas cajas con los dulces típicos de su tierra, todos muy ricos, quedando todo el mundo satisfechos y contentos.

    A las 4 de la tarde partimos hacia Aranda de Duero con intención de visitar Las Edades del Hombre, exposición que, renovada, se ha ido celebrando en todas las catedrales de la Comunidad de Castilla y Leon. Año tras año se ha organizado en Valladolid, Burgos, Salamanca, León, Ávila, .. hasta terminar con las numerosas sedes catedralicias de la Comunidad. Como ya no quedan más, el año pasado se instaló en varias iglesias de la población de Arévalo, en Ávila y esta edición ha correspondido a la muy ilustre Villa de Aranda de Duero. El Patrimonio religioso de la Comunidad es tan rico que da para muchas exposiciones. Cada edición tiene un tema. Este año es la Eucaristía y las piezas expuestas hacen clara referencia al misterio sacramental.

    Aunque con ciertas prisas porque teníamos que regresar a las 6, pudimos admirar la exposición. Lo primero que impresionó gratamente a los visitantes fue la espléndida portada de estilo gótico-isabelino, en piedra, de la iglesia de Santa María con su Calvario, escudos y el yugo y las flechas, símbolo de los Reyes Católicos y el festoneado de los arcos. En el interior todo hacía referencia a la Eucaristía. Al entrar pudimos admirar dos cuadros de Vela Zanetti, el pintor de la zona; la fuerza y sobriedad de su pintura que refleja al hombre castellano apegado al terruño. Uno de los cuadros representa un vendimiador y en el otro el labriego corta el pan de la hogaza ganada con el sudor de su frente.
Lo mismo que en la iglesia de San Juan, hay piezas procedentes de diferentes diócesis: custodias, cálices, patenas, expositores, incensarios, navetas, etc. También vimos esculturas, pinturas, libros, ropas del culto, corporales. Todas las obras de gran valor artístico religioso y cultural. Fue una pena que no dispusiéramos del tiempo suficiente para poder apreciar en su justa medida  tantos tesoros, desconocidos para la mayoría por permanecer ocultos, muchas veces.

    Pero como había que cumplir los horarios, a las 6 en punto estábamos en el autocar para emprender el regreso. A las 10, según lo previsto, estábamos de vuelta, cansados pero felices de haber pasado un día de convivencia que no olvidaremos.


























































































































































































































































































































































































































































































































































domingo, 15 de junio de 2014

Cuento

    Con la lectura del libro de Clarissa Pinkola Estés "Mujeres que corren con los lobos" y, después de ver los cuentos que la autora utiliza como medicina con sus pacientes de la consulta de psicoanálisis, recordé otro cuento que tiene muchos puntos en común con aquellos y que mi abuela nos contaba a sus nietos para entretenernos en las largas tardes invernales, sentados todos al amor del brasero.
Mi abuela era una excelente contadora. No sé si eran invención suya todos los relatos. En este que voy a exponer, desde luego, hay muchos retazos de su vida. Otros, se iban transmitiendo, de generación en generación, modificados o no. Es una pena que se haya perdido esta tradición de contar cuentos. Los tiempos modernos no han dejado espacio para esta tarea. Los niños tienen otros divertimentos.

                                              El cuento se titula "Clara y la bruja"

    Había una vez una familia modesta compuesta por el padre, la madre, una niña llamada Clara y un niño, más pequeño, al que pusieron por nombre Serafín. Vivían en una remota aldea con el trabajo del padre. Clara era una hermosa niña rubia con largas trenzas y unos grandes ojos azules, llenos de inocencia y bondad. La salud de la madre estaba muy quebrantada e iba empeorando de día en día. Viendo llegada su hora, llamó a su hija quien, sin poder contener las lágrimas, se arrodilló al lado de la madre moribunda esperando recibir sus últimas palabras. Allí, delante de la familia le hizo prometer a Clara que cuidaría siempre de su hermano pequeño e instándole a que fuera siempre valiente en todas las situaciones adversas de la vida. 
  -Toma esta manzana y llévala siempre contigo -le dijo. Cuando te veas en un apuro, apriétala con ambas manos y sabrás qué hacer. No la pierdas ni hables de ella a nadie.
Después de bendecir a la niña exhaló el último suspiro y su alma fue a reunirse con el Greador.
El padre y los niños lloraron su muerte y estuvieron muy tristes durante mucho tiempo. Clara, como una mujercita, se ocupaba de las tareas de la casa y el padre siguió con su trabajo. Pero, como los duelos no son eternos, el padre, pasado un tiempo, quiso rehacer su vida y se casó con otra mujer, dándoles a los niños una madrastra que, para colmo de males, tenía otras dos hijas presuntuosas y malvadas como la madre. Clara y Serafín vinieron a convertirse en los criados de la casa, siempre al servicio del capricho de las tres mujeres.
 -Clara, enciende el fuego. Clara, lava la ropa. Clara, plancha nuestros vestidos. Clara, la comida...
 -Serafín, saca agua del pozo. Serafín, trae leña. Serafín cuida los patos. Serafín, limpia el gallinero...
Y así todos los días. Los niños obedecían en todo, sin quejarse y, cuando llegaba la noche , estaban extenuados. Pero las ingratas mujeres ni aún así estaban satisfechas y sólo buscaban verse libres de los niños. El padre estaba en la hinopia y no se daba cuenta de lo que sucedía en su casa ya que, en su presencia, las tres mujeres eran todo miel con los niños.
No sabiendo qué hacer para librarse de los niños, un desdichado día discurrieron enviar a los dos hermanitos a buscar leña al bosque con la pérfida intención de que allí se extraviasen y, algún lobo de los que merodeaban por la zona diesen buena cuenta de ellos.
Así pues, muy de mañana salieron de su casa Clara y Serafín, con un trozo de pan duro y otro de queso por toda comida y se internaron en el bosque con el fin de recoger la leña de unos árboles que crecían en lo más intrincado y que, según les dijeron las malvadas mujeres, su madera  despedía un grato aroma al ser quemada. En busca de tales árboles los dos niños se pasaron el día vagando de un lado para otro, hasta que la noche se les echó encima y se encontraron perdidos sin saber hacia dónde dirigir sus pasos. Entonces Clara se acordó de la manzana que le entregara su madre y que siempre llevaba en el bolsillo, la cogió con las dos manos y se la llevó al corazón. Le dijo a su hermanito que subiera a un árbol y, una vez subido le preguntó: 
 -¿Ves algo?  ¿Qué ves?
 -¡Oh sí! Veo una luz, en aquella dirección. No parece estar lejos.
Siguiendo la dirección que marcara la luz llegaron a una extraña casa, construida con huesos, dientes, escamas y otros materiales por el estilo. Llamaron a la puerta que tenía por aldaba una mano humana y salió la dueña, una vieja bruja con una pelambrera grasienta, boca desdentada, nariz cual pico de águila, la cara más bien parecía pergamino arrugado y los ojillos, hundidos y legañosos, apenas cumplían su función pues la bruja era cegata. Las manos más parecían garras de alcarabán con las uñas negras, largas y encorvadas.
Se extrañó al ver a los dos niños pero, al momento, pensó que podría utilizarlos en provecho propio.
 -¿Qué deséais?- preguntó la bruja.
 -Nos hemos perdido y no sabemos regresar a casa. Desearíamos pasar la noche en su casa, si es tan amable -repuso Clara.
 -Sí, sí, pasad y calentaros. ¿Tenéis hambre?
Como contestaran afirmativamente les dio algo de cenar y un rincón de la casa para pasar la noche.
 -Mañana ya hablaremos y veré qué puedo hacer por vosotros.
A la mañana siguiente se levantaron temprano pero ya la bruja tenía todo decidido acerca de la suerte de los dos hermanitos.
 -Como ves, Clara, necesito una criada que me ayude en las labores de la casa porque ya soy vieja, además viajo mucho y no puedo ocuparme de estos menesteres. Limpiarás, cuidarás del fuego, harás la comida, te ocuparás de mis animales: el gato, el cuervo, el búho y algunas gallinas que picotean fuera de la casa. Supongo que sabrás hacerlo, ¿no?.
 -Claro que sé. Siempre he hecho estas labores.
 -En cuanto a tu hermano es pequeño y está flacucho. Lo dejaremos aquí en esta jaula hasta que engorde. Dale buena comida. 

Clara se entristeció pues empezó a sospechar que la bruja no les soltaría facilmente.
Serafín iba engordando y la bruja, cada día, quería comprobarlo, tocándole las piernas. Como estaba tan cegata, Clara le dio unas patas de gallina para que se las mostrara a la bruja en lugar de sus rollizas piernas. Ésta se mosqueaba porque pasaba el tiempo y el niño no parecía engordar. De todas formas decidió que, para el día de la reunión anual de las brujas se lo comerían tal como estuviese.
Clara, alarmada, no paraba de llorar cuando la bruja le mandó que calentara el horno. Entonces se acordó de su manzana mágica y le pidió ayuda. Cuando el horno estuvo bien caliente, la niña pidió a la bruja que fuera a comprobar la temperatura. Cuando se asomó, le dio un empujón y cerró la portezuela. Cogió las llaves y abrió la jaula donde estaba encerrado Serafín. Después registraron la casa y se llevaron el cofre donde la bruja guardaba sus tesoros.
Sin detenerse, ni hacer caso de los gritos de la malvada bruja, se lanzaron a la carrera hasta que llegaron a las lindes del bosque y, desde allí, a su casa donde, ya hacía tiempo se les daba por muertos.
El padre, contento de volver a verlos sanos y salvos, se dio cuenta de lo ciego que había estado hasta entonces. La madrastra y sus hijas arrepentidas de su mal proceder anterior arrepentidas prometieron tratar a los niños con cariño y conmiseración. Clara y Serafín, llevados de su buen corazón las perdonaron y, desde entonces, fueron una familia feliz, sin pasar apuros económicos gracias al cofre de la bruja del bosque.

     Y colorín. colorado, este cuento se ha acabado.

martes, 3 de junio de 2014

La esfinge maragata

      Es una novela de Concha Espina, publicada en 1914.
       María de la Concepción Jesusa Basilisa nace en Santander en 1869 y muere en Madrid en 1955. Es hija de Víctor Rodriguéz Espina y Olivares y de Ascensión García Tagle. Su infancia se desarrolla en un ambiente refinado y elegante ya que su padre tiene un negocio próspero. Después, con otro socio, compra una sociedad minera pero la fortuna le es adversa llevándole a la ruina, llegando a pasar la familia apuros económicos.
Concha empieza a escribir desde pequeña, publicando en periódicos de la región. En Mazcuerras, donde la familia tenía una casa, conoce a Víctor de la Serna y Cueto, poseedor de las virtudes y defectos de los últimos hidalgos. En 1893 contraen matrimonio pero las relaciones entre los esposos no son satisfactorias, no obstante tienen cinco hijos. Después de una estancia en Chile, donde el marido liquida la hacienda de la familia, el matrimonio regresa a España, pero ya, de hecho, el vínculo está roto. Concha le busca a Víctor una colocación en Méjico y ella se traslada a Madrid con los hijos.
Trabaja con ahinco, publicando artículos periodísticos, ensayos, novelas, poesía y, hasta teatro. Toma parte activa en la vida cultural del país, recibiendo el reconocimiento a través de premios y galardones. No puede conseguir entrar en la Real Academia de la Lengua, parcela  exclusiva entonces de los varones. Tampoco consiguió el anhelado premio Nobel.
En los últimos años fue perdiendo la vista, hasta quedar completamente ciega. Pero, esta dificultad no supuso dejar de trabajar. Siguió en la brecha hasta el final con dos secretarias y, a veces, escribiendo con unas plantillas especialmente diseñadas para ella.

      En su larga vida de trabajo su producción es muy extensa, en todos los campos. Su primera novela es La niña de Luzmela, publicada en 1909. En 1918 se aventura en el mundo del teatro con la obra El jayón, adaptación de uno de sus cuentos. Es un fracaso total y sólo aguanta cuatro representaciones. Sus mejores obras son las novela El metal de los muertos y La esfinge maragata.
 
      Durante una breve estancia en casa de su hrmana en Astorga realiza un recorrido por los "pueblos olvidados" de la Maragatería que le facilita material para escribir la obra. Novela provinciana, localista y costumbrista en la que denuncia la situación social y familiar de las mujeres, la esclavitud sentimental y económica. Son como esfinges de piedra en  el árido páramo leonés, condenadas a los trabajos más duros, solas con los viejos y la responsabilidad de sacar adelante a sus hijos porque los maridos, ausentes, sólo vuelven al pueblo para las fiestas de agosto y regresan a sus casas a ser servidos como señores feudales. La maragata es ante todo madre. Es ruda y dura con la corteza que se va formando a lo largo de los años, soportando el trabajo y la miseria pero, si se rasca la costra aparece la ternura propia de la mujer.
La acción se desarrolla en Valdecruces (Castrillo de Polvazares). La familia Salvadores, antes una de las más pudientes del pueblo, ha caído en la más absoluta pobreza. La esperanza de salvación reside en el casamiento de Mariflor con su primo Antonio que ha prometido liquidar todas las deudas si se realiza la boda. Florinda (Mariflor) está enamorada de un joven poeta que conoció en el tren cuando se dirigía con la abuela al pueblo después de que muriese su madre y el padre embarcara con rumbo a América. Los padres acordaron el matrimonio cuando los novios eran niños pero a la niña la dejaron en libertad de elegir. Rogelio Terán, el poeta, después de sus bellas promesas es inconstante y cobarde, abandonando a la joven, la cual, por despecho, accede a sacrificarse por la familia y acepta al prometido, a pesar de odiarlo, en un ambiente de tragedia, sin lloros y sin palabras.

      Los personajes de la novela son:
-Florinda (Mariflor), hija de Martín Salvadores, que se ha criado en la costa en un ambiente regalado.
-La tía Dolores, la abuela, veja curtida en las desgracias.
-Rogelio Terán, el joven hidalgo, poeta, enamorado inconstante "mariposa en todos los vergeles".
-Ramona, esposa de Isidoro, emigrado a América, enfermo. Son los padres de: Olalla, Marinela, Pedro, Carmen y Tomasín.
-El tío Cristóbal, el viejo usurero y tacaño.
-Don Miguel, cura párroco de Valdecruces, personaje importante que influirá en el discurrir se los acontecimientos.
-Asunción, sobrina del cura y maestra del pueblo. Es altiva y envidiosa.
-Rosicler, pastor de las ovejas del tío Cristóbal. Termina emigrando a América.
-Felipa y Rosenda, hermanas, ambas obreras del campo "siervas de la gleba".
-Tirso Paz, hijo del tío Cristóbal. Su hija Facunda que vive con el abuelo.
-La tía Gertrudis, vieja a la que tildan de bruja, creyendo que las desgracias de los Salvadores son debidas al mal de ojo.
-La Chosca, vieja criada que cuida de los animales de la abuela y que al pasar éstos a otras manos ya no es necesaria.

      La novela consta de 23 capítulos.
Del I al III se narra el encuentro en el tren de los tres personajes: la abuela que supone el pasado, la nieta, el presente y el "forastero", un futuro distinto.
Del IV al VIII hace una descripción de la tierra y sus gentes, sus paisajes, la llegada de la primavera. La tiranía de la tierra, mujere que parecen viejas, tristes y presurosas. Aparece Don Miguel, con sus dudas y reflexiones.
Del IX al XIV aparece en el pueblo el "forastero", el poeta, amigo del cura, que recala en el lugar con un halo de romanticismo sentimental a cuyos ojos se presentará " la esfinge maragata", arquetipo de la mujer madre, la estampa de ese pueblo petrificado en la llanura como un islote en los mares de la historia. Se incluye la llegada de los comediantes al pueblo, míseros representantes del mundo de la farándula. Tiene lugar también la muerte del tío Cristóbal, el viejo usurero que, poco a poco, se va quedando con la hacienda de la familia Salvadores.
Del XV al XVI comienza la tragedia para la protagonista con la llegada desde Valladolid del primo Antonio, el maragato rico que desprecia a su prima porque ya no tiene dote. La libertad de la paloma hace que al forastero se le enfríe el deseo y desaparezca de la escena.
Del XVIII al XXIII la escritora introduce un fuerte componente costumbrista, dejando en segundo plano el hilo de la novela. Narra el viaje a Astorga, la llegada de los hombres para las fiestas, la era, la boda de la sobrina del cura y el filandón. Se llega al final deseado, y temido a la vez, de forma rápida, al entregar el párroco a Mariflor una carta, recibida hacía dos meses, en la que se ahogan todas las esperanzas de la joven.

      El tema principal que  trata es la libertad de la mujer para decidir por sí misma para llegar a la conclusión de que, a veces, no es posible la elección El destino juega un papel importante en la vida de los seres humanos, sobre todo de las mujeres que durante siglos han estado supeditadas a la sumisión de los hombres. La esclavitud de la mujer, sobre todo en el pueblo, el conformismo, el servilismo...
Son temas también la emigración, la educación de los niños, la injusticia social, el determinismo, la renuncia a las ilusiones.
La narración es lineal, siguiendo la línea del tiempo y las estaciones. El narrador es omnisciente pero subjetivo, implicando al lector. El nudo se aprieta en torno a la libertad de la mujer para disponer de sí misma. La protagonista tiene que escoger entre aceptar las normas del grupo social al que pertenece o defender sus sentimientos fuera de él. Según pasa el tiempo el nudo se hace más firme. El narrador (la autora) influye convirtiendo al lector en su cómplice. El tiempo es importante en la novela. Va desde los inicios de la primavera hasta el invierno.El final se cierra en dos páginas. En cuanto a los espacios aparece primero el tren, después serán espacios rurales donde se desarrolla la acción. Hay espacios abiertos: el campo, las eras, los sembrados, el pueblo, las casas, corrales, huertos, caminos, llanuras...Entre los espacios interiores es de destacar la cocina, el centro de la vida en la casa; también el "estradín", los cuartos de dormir, el palomar y la cuadra, donde tiene lugar el filandón.
El ritmo de la narración es lento, sólo al final se precipita la acción, desarrollándose el desenlace en tan sólo dos páginas. Abundan las descripciones del paisaje y de los personajes, tanto física como psicológicamente, aunque no tienen mucha fuerza en algunos de ellos.
En cuanto al lenguaje, es prosa poética, plagada de adjetivos, metáforas, símiles, personificaciones, etc.El léxico es muy rico. En los aldeanos emplea el habla vulgar y los localismos. Si no hay aclaraciones, a veces se hace difícil la comprensión. Es una novela realista en la que se destacan los usos y costumbres,y supersticiones de los pueblos olvidados de la Maragatería.