Mi abuela era una excelente contadora. No sé si eran invención suya todos los relatos. En este que voy a exponer, desde luego, hay muchos retazos de su vida. Otros, se iban transmitiendo, de generación en generación, modificados o no. Es una pena que se haya perdido esta tradición de contar cuentos. Los tiempos modernos no han dejado espacio para esta tarea. Los niños tienen otros divertimentos.
El cuento se titula "Clara y la bruja"
Había una vez una familia modesta compuesta por el padre, la madre, una niña llamada Clara y un niño, más pequeño, al que pusieron por nombre Serafín. Vivían en una remota aldea con el trabajo del padre. Clara era una hermosa niña rubia con largas trenzas y unos grandes ojos azules, llenos de inocencia y bondad. La salud de la madre estaba muy quebrantada e iba empeorando de día en día. Viendo llegada su hora, llamó a su hija quien, sin poder contener las lágrimas, se arrodilló al lado de la madre moribunda esperando recibir sus últimas palabras. Allí, delante de la familia le hizo prometer a Clara que cuidaría siempre de su hermano pequeño e instándole a que fuera siempre valiente en todas las situaciones adversas de la vida.
-Toma esta manzana y llévala siempre contigo -le dijo. Cuando te veas en un apuro, apriétala con ambas manos y sabrás qué hacer. No la pierdas ni hables de ella a nadie.
Después de bendecir a la niña exhaló el último suspiro y su alma fue a reunirse con el Greador.
El padre y los niños lloraron su muerte y estuvieron muy tristes durante mucho tiempo. Clara, como una mujercita, se ocupaba de las tareas de la casa y el padre siguió con su trabajo. Pero, como los duelos no son eternos, el padre, pasado un tiempo, quiso rehacer su vida y se casó con otra mujer, dándoles a los niños una madrastra que, para colmo de males, tenía otras dos hijas presuntuosas y malvadas como la madre. Clara y Serafín vinieron a convertirse en los criados de la casa, siempre al servicio del capricho de las tres mujeres.
-Clara, enciende el fuego. Clara, lava la ropa. Clara, plancha nuestros vestidos. Clara, la comida...
-Serafín, saca agua del pozo. Serafín, trae leña. Serafín cuida los patos. Serafín, limpia el gallinero...
Y así todos los días. Los niños obedecían en todo, sin quejarse y, cuando llegaba la noche , estaban extenuados. Pero las ingratas mujeres ni aún así estaban satisfechas y sólo buscaban verse libres de los niños. El padre estaba en la hinopia y no se daba cuenta de lo que sucedía en su casa ya que, en su presencia, las tres mujeres eran todo miel con los niños.
No sabiendo qué hacer para librarse de los niños, un desdichado día discurrieron enviar a los dos hermanitos a buscar leña al bosque con la pérfida intención de que allí se extraviasen y, algún lobo de los que merodeaban por la zona diesen buena cuenta de ellos.
Así pues, muy de mañana salieron de su casa Clara y Serafín, con un trozo de pan duro y otro de queso por toda comida y se internaron en el bosque con el fin de recoger la leña de unos árboles que crecían en lo más intrincado y que, según les dijeron las malvadas mujeres, su madera despedía un grato aroma al ser quemada. En busca de tales árboles los dos niños se pasaron el día vagando de un lado para otro, hasta que la noche se les echó encima y se encontraron perdidos sin saber hacia dónde dirigir sus pasos. Entonces Clara se acordó de la manzana que le entregara su madre y que siempre llevaba en el bolsillo, la cogió con las dos manos y se la llevó al corazón. Le dijo a su hermanito que subiera a un árbol y, una vez subido le preguntó:
-¿Ves algo? ¿Qué ves?
-¡Oh sí! Veo una luz, en aquella dirección. No parece estar lejos.
Siguiendo la dirección que marcara la luz llegaron a una extraña casa, construida con huesos, dientes, escamas y otros materiales por el estilo. Llamaron a la puerta que tenía por aldaba una mano humana y salió la dueña, una vieja bruja con una pelambrera grasienta, boca desdentada, nariz cual pico de águila, la cara más bien parecía pergamino arrugado y los ojillos, hundidos y legañosos, apenas cumplían su función pues la bruja era cegata. Las manos más parecían garras de alcarabán con las uñas negras, largas y encorvadas.
Se extrañó al ver a los dos niños pero, al momento, pensó que podría utilizarlos en provecho propio.
-¿Qué deséais?- preguntó la bruja.
-Nos hemos perdido y no sabemos regresar a casa. Desearíamos pasar la noche en su casa, si es tan amable -repuso Clara.
-Sí, sí, pasad y calentaros. ¿Tenéis hambre?
Como contestaran afirmativamente les dio algo de cenar y un rincón de la casa para pasar la noche.
-Mañana ya hablaremos y veré qué puedo hacer por vosotros.
A la mañana siguiente se levantaron temprano pero ya la bruja tenía todo decidido acerca de la suerte de los dos hermanitos.
-Como ves, Clara, necesito una criada que me ayude en las labores de la casa porque ya soy vieja, además viajo mucho y no puedo ocuparme de estos menesteres. Limpiarás, cuidarás del fuego, harás la comida, te ocuparás de mis animales: el gato, el cuervo, el búho y algunas gallinas que picotean fuera de la casa. Supongo que sabrás hacerlo, ¿no?.
-Claro que sé. Siempre he hecho estas labores.
-En cuanto a tu hermano es pequeño y está flacucho. Lo dejaremos aquí en esta jaula hasta que engorde. Dale buena comida.
Clara se entristeció pues empezó a sospechar que la bruja no les soltaría facilmente.
Serafín iba engordando y la bruja, cada día, quería comprobarlo, tocándole las piernas. Como estaba tan cegata, Clara le dio unas patas de gallina para que se las mostrara a la bruja en lugar de sus rollizas piernas. Ésta se mosqueaba porque pasaba el tiempo y el niño no parecía engordar. De todas formas decidió que, para el día de la reunión anual de las brujas se lo comerían tal como estuviese.
Clara, alarmada, no paraba de llorar cuando la bruja le mandó que calentara el horno. Entonces se acordó de su manzana mágica y le pidió ayuda. Cuando el horno estuvo bien caliente, la niña pidió a la bruja que fuera a comprobar la temperatura. Cuando se asomó, le dio un empujón y cerró la portezuela. Cogió las llaves y abrió la jaula donde estaba encerrado Serafín. Después registraron la casa y se llevaron el cofre donde la bruja guardaba sus tesoros.
Sin detenerse, ni hacer caso de los gritos de la malvada bruja, se lanzaron a la carrera hasta que llegaron a las lindes del bosque y, desde allí, a su casa donde, ya hacía tiempo se les daba por muertos.
El padre, contento de volver a verlos sanos y salvos, se dio cuenta de lo ciego que había estado hasta entonces. La madrastra y sus hijas arrepentidas de su mal proceder anterior arrepentidas prometieron tratar a los niños con cariño y conmiseración. Clara y Serafín, llevados de su buen corazón las perdonaron y, desde entonces, fueron una familia feliz, sin pasar apuros económicos gracias al cofre de la bruja del bosque.
Y colorín. colorado, este cuento se ha acabado.
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