jueves, 23 de julio de 2009

Me gustaría contar mi primer día de jubilada.

Después de la pequeña fiesta de despedida, los correspondientes regalos y alguna lagrimita que otra por dejar a los compañeros con los que has compartido tantas cosas, quedas fuera del mundo laboral y al día siguiente empiezas a formar parte del mundo de los jubilados.

Este primer día resulta de lo más extraño. Ya por la mañana, acostumbrada a oir sonar el despertador, pues resulta que no suena. ¡Qué raro! En lugar de ser un alivio, te das cuenta de que no es así, lo echas en falta.

Después de mucho pensarlo, apurando un poco el tiempo, me levanto, me preparo el desayuno como todos los días, ya sin prisas y, sentada delante de la taza de café, me da por meditar.

Físicamente me encuentro bien y con ganas de hacer cosas ¿por qué voy a quedarme en casa arrinconada como un trasto viejo, inservible?

Tendré que cambiar de vida, pero no por eso voy a quedarme inactiva con tántas cosas cómo hay por hacer en el mundo: aprender (que siempre es tiempo), viajar, hacer más vida social y sobre todo pensar un poco también en los otros que el día tiene muchas horas y hay tiempo para todo.

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