sábado, 9 de mayo de 2020

La "desescalada"

    Desde la pandemia del coronavirus nos ha invadido una serie de palabras que están en boca de todos y que, si no están en el diccionario de la RAE, ésta prestigiosa institución no tendrá más remedio que introducir ya que se han hecho de uso común. Una de ellas es la "desescalada". Todos sabemos a qué se refiere, aunque los políticos de turno no se pongan de acuerdo del cómo y el cuándo.
Después de tantos días encerrados en casa hemos de volver a la vida "normal". Todos pensamos que la normalidad no va a ser nunca lo que era y que muchos van a quedarse por el camino.

    Cuando parece que iba mejorando la recesión económica, nos viene esta tremenda catástrofe que se ha llevado por delante a tantas víctimas que no han podido superar la enfermedad y que han muerto sin el consuelo de poder despedirse de sus seres más queridos. Pero eso no es todo. Nos queda un país sumido en la ruina. No hace muchos días escuchábamos la noticia de que habían perdido su puesto de trabajo más de 900.ooo trabajadores. Costará muchos años y mucha ayuda volver a los niveles alcanzados antes de la crisis.
Hay muchas familias que llevan dos meses sin ingresos, que han agotado los pocos ahorros y se ven obligadas a acudir a los bancos de alimentos, a Cruz Roja, a Cáritas..., en demanda de algún socorro para poder subsistir y pagar alquileres y otras facturas necesarias. Muchas de ellas son familias que nunca hubieran pensado verse en esa situación.
Son muchas las pequeñas empresas que, después de esto, tendrán que cerrar el negocio porque en todo este tiempo no han facturado y los gastos de alquiler, luz, agua, impuestos, etc, siguen ahí.

    Empezó el desconfinamiento, con distintas fases y según unas normas.
Primero los niños, menores de 14 años, con horarios limitados, acompañados de un adulto responsable de ellos. Pueden salir con los hermanos, pero no juntarse para jugar con otros niños;una hora al día y en un radio de un km. de su domicilio. Pueden sacar sus juguetes pero no compartirlos con otros niños.
En otra fase se autorizó a los adultos salir para hacer deporte al aire libre, de forma individual, en una franja horaria y sin alejarse del domicilio.
Después las personas de más de 70 años podían salir de paseo, sin alejarse de su domicilio y en unas franjas horarias, siempre respetando la distancia de 2 metros entre los individuos. Las personas dependientes pueden salir acompañadas de otro adulto. Se nota cierto recelo o miedo a salir de casa, siempre desconfiando de las personas con las que nos cruzamos, respetando las distancias. Todo el mundo tiene miedo a contagiarse.
En mi barrio, afortunadamente, disponemos de zonas verdes, con bancos para sentarse y amplias zonas de paseo. Se puede sentarse a tomar el sol o   pasear, sin miedo al agobio, ya que, aunque salgan muchas personas a la misma hora, hay espacio suficiente para poder guardar las distancias.
No ocurre lo mismo en las calles más céntricas, con aceras más estrechas en las que se forman largas colas para entrar en los supermercados, farmacias, oficinas bancarias, etc y donde es imposible guardar las distancias.
Han empezado su tarea muchos trabajadores en las empresas, eso sí, con los medios de protección necesarios y guardando las debidas distancias para evitar contagios.
Ahora hablan de abrir los establecimientos que cumplan las normas básicas. Es tarea bastante difícil ya que exigen unas superficies que los pequeños no cumplen. Poco a poco se irá perdiendo el miedo, regresando a la normalización.
Hasta hace poco teníamos una ciudad fantasma; nadie se asomaba a las ventanas o terrazas, salvo a las 8 de la tarde cuando se salía, en masa, a aplaudir a los sanitarios y a todas las personas que luchan en primera línea, con riesgo de su salud, exponiéndose por todos los demás. Ahora ya se pueden ver personas en las terrazas, a cualquier hora del día, tomando el sol, haciendo gimnasia o, simplemente, viendo la vida pasar. Ya se ve gente por las calles, con ciertos límites, pero parece que van tomando vida. Hasta las palomas, tímidamente, han empezado a regresar a sus lugares habituales. El nido de las urracas sigue estando habitado. La hembra debe estar incubando los huevos porque no sale. Veo a uno de los progenitores, seguramente el macho, que hace la ronda, volando cerca del nido.

    La primavera exuberante, ajena a todo, sigue su curso. Los rosales están cargados de rosas, de todas las gamas de colores, como la paleta del mejor pintor. Los tilos comienzan a florecer y esparcen su aroma en derredor.Las lilas no se quedan atrás y van floreciendo: blancas y moradas.
Las  moreras están llenas de hojas verdes. Recuerdo cuando mis hijos eran pequeños, era la época de los gusanos de seda en las cajas de zapatos. Entonces tenían que desplazarse lejos para conseguir la preciada comida. Ahora que hay tantas hojas y tan ceca de casa debe de haberse pasado de moda la antigua costumbre infantil porque no se ve ningún niño recolectándolas.
Hay una pareja de patos que, seguro, ha venido desde el Canal y se ha acomodado en los pequeños estanques de la Plaza. Ya estaban por aquí antes de la pandemia pero parece que han decidido quedarse por estos lares. No sé de qué se alimentan porque el agua está transparente ya que la cambian con cierta frecuencia y, en las orillas, no hay vegetación alguna.

    En fin, hay que ir retomando nuestra vida, aunque sea con ciertas limitaciones; poco a poco nos iremos acostumbrando e iremos perdiendo el miedo a salir de casa.

    Ahora es cuando más se necesita la solidaridad de todos para que nadie se quede por el camino. Tenemos que acordarnos de todas las personas que lo están pasando tan mal y poner nuestro granito de arena. Ya sabemos que, según el refrán "un grano no hace granero, pero ayuda al compañero".

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