domingo, 9 de diciembre de 2012
Las cartas
Con la llegada de las nuevas tecnologías en los tiempos actuales, vamos dejando por el camino muchas cosas que, en el fondo, añoramos y sentimos que desaparezcan, entre ellas, las cartas.
Cuando abrimos el buzón ¿qué encontramos?. Facturas, publicidad, comunicaciones de los bancos, algunas noticias de la Administración, no siempre agradables para el contribuyente... Y ni una sola carta. El escribir cartas ha quedado como una reliquia del pasado.
Ahora las comunicaciones -dicen que estamos en la era de las comunicaciones- , se hacen a través del teléfono fijo o móvil, del fax, del e-mail... Pero estas "comunicaciones", mensajitos de unas cuantas palabras, escritas con una ortografía exclusiva, nada tienen que ver con la carta tradicional. Hay una literatura epistolar; se conservan cartas de muchos personajes ilustres que tienen un valor incalculable porque están escritas con esmero y su contenido era importante, bien por el sentimiento expresado en las mismas o por los asuntos trascendentales que se trataban en ellas.
¡Qué alegria proporcionaba recibir una carta!. En los pueblos el cartero recorría las calles e iba repartiendo casa por casa su carga, sin tan siquiera llamar, directamente echaba la carta en el portal. Entonces todas las casas permanecían abiertas durante el día, no como ahora que, debido a la inseguridad, cada vez que se ausentan, aunque sólo sea por unos minutos, cierran la puerta con llave. Antes, no.
Las comadres estaban "espiando" y sabían quiénes recibían carta. Si alguna chica tenía el novio en la mili, sabían cúando escribía.No había muchas novedades en los pueblos pequeños y eso podía ser un motivo para comentar en los corrillos.
Recuerdo que había un matrimonio mayor, padres de muchos hijos que, como otros muchos, habían tenido que salir a la capital en busca de un porvenir mejor. en el pueblo quedaron solos los viejitos, pero no estaban olvidados. Era raro el día que no recibían carta de alguno de ellos. Tenían la costumbre de dar al portador de la misiva una propinilla que, dadas las escasas posibilidades económicas del matrimonio, consistía en 10 céntimos. Siempre lo he considerado como el óbolo de la viuda del evangelio, algo con un valor inmenso.La abuelita no sabía de letras, nunca pudo asistir a la escuela. Era el marido quien leía las cartas y las contestaba, aunque fuera la esposa quien las dictase pues, pese a no tener instrucción no tenía un pelo de tonta. Cuando el anciano murió tuvo que buscar una persona de confianza que le hiciese el trabajo. A ello se prestó una buena vecina que, también era recompensada cuando para el verano llegaban los hijos al pueblo a pasar las vacaciones. Nunca se olvidaban de un regalito para la caritativa amanuense.
En las ciudades, en esos tiempos no se habían instalado todavía los buzones en las casas y el cartero se colocaba al pie de la escalera y voceaba los nombres de aquellas personas que tenían correspondencia y tenían que bajar a recogerlas. Si la casa tenía portería era el empleado quien se encargaba de su distribución. De una forma o de otra todo el mundo se enteraba de las cartas que recibían los demás. Con la instalación de buzones se ganó en privacidad y para los carteros supuso un cambio favorable.
Qué emoción abrir una carta, a solas, con tranquilidad. Podía ser de la familia, de amistades o, siempre más placentera, de amor. Entonces los dedos rompían nerviosos el sobre, sacando las cuartillas que contenían los sentimientos más profundos; a veces aparecía también una fotografía y el gozo era mayor. Otras, se incluían pequeños regalos, camuflados entre el papel, como pañuelos de seda o alguna baratija de escaso valor material pero que eran recibidad como el mayor tesoro.
Contestar las cartas era otro momento emocionante que también hemos perdido. Había que meditar lo que se escribía ya que era algo que quedaba ahí, no como las palabras que se las lleva el viento. Circulaban manuales muy utilizados por personas con una cultura mínima, no acostumbradas a expresarse por medio de la escritura. Se ponía especial cuidado en la redacción y la caligrafía, en consonancia con la persona a la que iba dirigida, no es lo mismo escribir a una amiga que al novio ausente.
Las cartas de enamorados se conservaban en paquetes atados con cintas que, después si había una ruptura, normalmente, se devolvían, junto con las fotografías y los regalos.
No siempre las cartas traían buenas noticias pero, como todo en la vida, la alegría y el dolor son caras de la misma moneda.
Ahora, si acaso, recibimos por correo alguna felicitación por Navidad, una simple tarjeta con una fórmula de cortesía, sin personalizar mucho en las que nos deseamos felicidad. Si hay suerte las recibimos por el correo tradicional pero ya se va imponiendo, sobre todo entre los jóvenes, enviarse mensajitos a los móviles o, también a través del correo electrónico reenviamos fabulosas felicitaciones con toda suerte de colorido y música, todo muy bonito, eso sí. pero que carece del calor de algo personal.
Tendremos que convenir que aquellos tiempos han pasado y adaptarnos a los nuevos usos aunque para ello tengamos que ir dejando por el camino jirones de nuestra vida.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario