lunes, 12 de mayo de 2014

Un día en el campo

    Lucía el sol, aunque la temperatura no se correspondía con la estación pues soplaba un cierzo moderado, no obstante, en los lugares resguardados del viento se estaba muy bien, con la vestimenta adecuada.
    Salimos de Zaragoza muy de mañana y, al legar, nuestros amigos ya nos estaban esperando con un suculento almuerzo, en la "cabaña". Hacía poco que habíamos desayunado y el estómago no reclamaba más alimento pero el olor de las tortillas recién hechas estimula el apetito y entraron solas -más bien, acompañadas del vinillo de Cariñena-.
    Para hacer apetito, hasta la hora de la comida, nada mejor que un paseo por la sierra de Algairén, que está preparada para grupos de senderismo, con rutas, bien señalizadas, que llevan hasta Tobed (donde se puede disfrutar del mudéjar de su ermita). Otro sendero lleva a la Casa de los Frailes, a Aguarón, etc. En fin, hay donde elegir si se tienen buenas piernas y ganas de caminar. El esfuerzo queda recompensado.
    Pero antes de emprender la subida, un vecino, que tiene una granja , nos invitó a ver una remesa de pollos recién nacidos que acababan de traerle. Las instalaciones disponen de todo lo necesario para que los inocentes animalitos tengan la temperatura, comida, agua, adecuadas para que no tengan que moverse ni dos pasos para satisfacer sus necesidades por lo cual sólo se dedican a comer y engordar, convirtiéndose en unas auténticas máquinas de producir carne. ¡Qué lejos quedan aquellas estampas de la gallina cloqueando, avisando a sus crías cuando encontraba un gusano o un grano entre la tierra!. Los pollos tardaban muchos meses hasta que se hacían "mataderos", allá por Navidad o las fiestas mayores del pueblo. El   progreso nos trae estas cosas aunque, ciertamente, el comer pollo hoy se ha democratizado y su consumo llega a todos los hogares, algo que antaño era prohibitivo, sólo accesible a las clases pudientes.
    Dejando aparcadas estas reflexiones, las mujeres del grupo decidimos emprender el camino monte arriba. El campo en este tiempo está precioso, verde y florido y es una gozada contemplarlo y disfrutar del aroma de las flores silvestres y respirar el aire limpio de la sierra, carente de toda contaminación. El aroma del tomillo embriaga, el tierno hinojo desprende su olor anisado... y todas las florecillas compiten en colorido y perfume. Los árboles cargados de frutos esperan el calor que los madure. Los almendros, especialmente, tienen una carga de almendras como nunca había visto, auguran una cosecha excepcional. Se ven pocos labriegos por el campo; las máquinas liberan al agricultor de muchas horas de trabajo. Las viñas, bien cuidadas, sin una mala hierba, ya verdean y hasta se pueden ver algunos racimos en ciernes.
    Los más mayores del pueblo entretienen sus ocios cultivando los pequeños huertos familiares, al abrigo de los vientos, allí donde el agua para el riego se hace presente. Todo muy artesanal, como se hizo siempre. Ahora andan trasplantando tomateras y pimenteras, protegiéndolas del frío pues todavía puede venir alguna mala escarcha que las eche a perder.
    Al llegar a El Raso de la Cruz, continuamos por el sendero de la derecha, monte arriba hasta el hortal que cultivan unos amigos, en una cañada por donde corre un riachuelo del que aprovechan el agua. Desde lo alto se divisa todo el valle, quedando la sierra a la espalda. Del otro lado vimos unos cobertizos rodeados de vallas donde los cazadores guardan sus perros cuando no los emplean en cacerías. Al oírnos nos recibieron con un concierto de ladridos.
    Como se acercaba la hora de la comida y el aire del campo es el mejor estimulante del apetito, decidimos regresar al punto de partida, donde ya los cocineros del grupo andaban preparando un rancho de conejo y caracoles que resultó exquisito. ¡Un hurra por todos ellos!. Después de la comida nada como reposar al sol, contemplando el verde de la hierba y escuchando el arrullo del agua y los trinos de la oropéndola y el mirlo que han tenido el capricho de construir su nido en sendos árboles de la ribera. Este placer no se puede comparar con nada del ajetreo urbano, viniendo a la memoria aquellos versos de Fray Luis de León "que descansada vida"...
    Como los días son largos, tuvimos tiempo de realizar otro paseo, esta vez hacia abajo, camino del pueblo, volviendo por La Fontanilla, lugar muy distinto al de mis recuerdos de aquellas comidas y meriendas, al lado de la fuente, bajo los nogales. Atravesando el pequeño río por un puentecillo nuevo volvimos al punto de partida pero por distinta ruta. Era la hora de emprender el regreso, antes de que anocheciese.
    Fue un día pleno en el que disfrutamos de la Naturaleza y del privilegio de la buena amistad.

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