sábado, 10 de diciembre de 2011

La Navidad en crisis

Cada año comienzan antes los preparativos de la Navidad.
Ya, en los lugares de veraneo, se montan unas enormes colas para comprar lotería, que es como el preludio de estas fiestas, del sorteo del día 22. Todo el mundo quiere llevarse un numerito del lugar donde ha pasado sus vacaciones.
Y después, ya por octubre, en los supermercados, empezamos a ver, en las estanterías, los turrones y demás productos típicos de estas fechas.
Hace tiempo que se ha instalado la iluminación, en calles y grandes almacenes, así como los árboles, belenes y otros adornos. Hace años la iluminación empezaba por la fiesta de la Inmaculada y duraba hasta pasar los Reyes. Ahora, con la crisis, dicen que hay más austeridad en estas cosas -no la veo por ningún lado- porque la duración del ciclo navideño, se ha hecho mucho más largo.

La Navidad está en crisis, por la cuestión económica, pero, sobre todo, porque se ha perdido el sentido mismo de la Navidad.
Parecen una provocación esos escaparates, repletos de jamones colgados y otras exquisiteces por el estilo, cuando hay tantas familias que no pueden llegar a fin de mes, o que viven gracias a la solidaridad de sus allegados, que siguen siendo un buen puntal, para aquellos que hace tiempo que se les terminaron las ayudas públicas y que, estando todos los miembros en el paro, no ingresan un sólo euro.
Otros, tienen que acudir a los Comedores Sociales, de Cáritas, o similares, para poder hacer, al menos, una comida caliente, al día.
Algunas personas, se han instalado en la mendicidad y, cada día, vemos más en las puertas de las iglesias, de los supermercados, en los paseos concurridos... Para ésto, como para todo, hay que valer y, muchos preferirían morir en un rincón, antes que llegar a ese extremo.

La Navidad está en crisis porque, para mucha gente, estas fiestas han perdido su sentido religioso y, se han convertido en unos días de consumismo absurdo, en los que se gasta al tun-tún; se compran regalos que nadie necesita y que después no se sabe qué hacer con ellos. Se gasta en cenas o comidas con los amigos o compañeros de trabajo. Salir, en estas fechas, se ha convertido en una obligación.
La Noche-Vieja, es otra celebración obligada, donde todo el mundo, por decreto, tiene que estar alegre y sentirse feliz. Se dice lo mismo todos los años. Parece que sólo con desearlo van a cambiar las cosas, sin pensar que, somos cada uno de nosotros quien tiene que realizar un cambio en su vida y así, entre todos, construir un mundo más justo.
Hoy, es un derroche la compra de juguetes para los niños; en cada casa hay un almacén y los pequeños no tienen tiempo para jugar con ellos porque están ocupados con las actividades extraescolares o con los deberes.

Recuerdo las fiestas navideñas de mi infancia, allá en los años lejanos de la posguerra. ¡Qué distintas eran!. Había pocos extraordinarios; se guardaba un pollo de corral, bien criado, para el día de Navidad. Un poco turrón y, algún postre dulce, sencillo, que se preparaba en casa. Mi abuela siempre preparaba un puchero de castañas cocidas, que después comíamos todos los nietos.
Y, después los Reyes, cualquier cosilla nos hacía ilusión. Nos solían dejar una anguila, dulce, envasada en una bonita caja de cartón, que conservábamos todo el año. Pero había una sana alegría y siempre se recordaba a las personas, más desfavorecidas, que no tenían dónde cobijarse.

En estos días, abramos el corazón a los demás y seamos solidarios con los que no tienen nada, con los que se sienten solos, enfermos... Así recobraremos el sentido más puro de la Navidad, aunque haya mucha crisis económica y los bolsillos estén vacíos.

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