sábado, 11 de febrero de 2012

¡ Aquellos inviernos !

Cuando cada año nos llega una ola de frío polar, de ésas que todo el mundo dice no haber conocido nunca, me vienen los recuerdos de aquellos inviernos de mi niñez en un pueblo de la vieja Castilla.

Veo aquellas nevadas que tapaban las entradas de las casas y a los hombres quitando la nieve con palas, haciendo caminos para que los niños pudiésemos asistir a la escuela y los mayores a realizar las tareas más necesarias.
Después, cuando se derretía la nieve y por la noche helaba, se formaban, bajo los tejados, enormes carámbanos que rompíamos a pedradas o con garrotes. Como las calles no estaban pavimentadas, se formaban tremendos barrizales y había que transitar con los zuecos (allí se llamaban "chanclos"), que nos colocábamos encima de las zapatillas de paño. El domingo, cuando la misa, se colocaban a la entrada de la iglesia, debajo de la pila del agua bendita y, era curioso, al salir, todo el mundo buscando, en el montón, el par que le correspondía.

Había que calentar las casas y, a tal efecto se encendían las cocinas "económicas" que, bien surtidas de leña se ponían al rojo y despedían suficiente calor como para que se caldease bien la pieza y poder estar de forma confortable, aunque fuera se helaran las palabras. El fuego se aprovechaba también para asar patatas, castañas o algún otro manjar por el estilo.
En casa teníamos "gloria", una forma de calefacción, ya usada por los romanos, y que consiste en una serie de túneles, debajo del suelo de las habitaciones, que se desean calentar, con una boca por donde se enciende el fuego, y el aire caliente se extiende por todos los canales, pudiéndose cerrar, cuando haya salido el humo, para conservar el calor, por medio de una pieza que cierra la chimenea. Este método, lógicamente sólo puede ser utilizado en la planta baja.
En casa de mi abuela usaban el brasero, bajo la mesa camilla, y allí, todos alrededor, se pasaban las veladas invernales, contando las escasas novedades del pueblo y las viejas historias, repetidas año tras año.
Los dormitorios estaban en la planta de arriba y allí no llegaba el calor, por lo que daba pereza tener que subir a acostarse. Las sábanas, de puro frías, parecían húmedas. Así que primero había que calentar la cama. Para esta operación había muchos métodos. Desde la simple botella o calorífico de barro, que se llenaban de agua caliente, pasando por los calentadores de cobre -hoy exhibidos como piezas decorativas en los salones o recibidores-, hasta el simple brasero, con su alambrera, que se ponía un rato dentro de la cama para calentar la ropa. Recuerdo otro artilugio más antiguo, que llamábamos "burro" y que consistía en un doble bastidor de madera (para proteger la ropa de la cama) dentro del cual se colocaba un brasero u otro recipiente con brasas.

No existía la ropa de que disponemos ahora. Además el abrigo se reservaba para los días de fiesta, por lo que para no helarnos, teníamos que forrarnos, literalmente, con otras prendas.
Las abuelas hilaban y, con el producto, se tejían toda suerte de prendas interiores y exteriores: calcetines, bufandas, gorros, jerseis,fajas, guantes, toquillas... Llamaban lana "borreguera"; eran prendas incómodas, que "picaban", pero abrigaban mucho.
Las mujeres que tenían niños o, si había algún enfermo en casa, y era necesario lavar la ropa, cuando llegaban a los lavaderos, los encontraban con una gruesa capa de hielo y, para poder lavar, tenían que coger una piedra y romperla.

Pese a todas las protecciones que estaban a su alcance, la mayoría de los chiquillos pasaba el invierno con "sabañones" que salían en las manos, los pies y hasta en las orejas. Nunca tuve tal enfermedad, pero debían ser muy molestas las llagas que se formaban. Pensé que se habían erradicado como otras enfermedades de aquella época, pero no hace muchos años, he vuelto a verlos en las orejas de un chaval, también en un pueblo castellanoleonés.

No olvidemos tan pronto aquellos tiempos y que sirvan un poco de recordatorio para las personas mayores, que los vivimos y que, pese a la actual crisis, espero que no tengamos que volver a sufrir. También los jóvenes deben pensar que gracias al esfuerzo y sacrificio de otras generaciones, se han encontrado con un mundo más cómodo. Pese a todo, recuerdo con cariño aquellos tiempos y que, de ninguna manera, quiero olvidar.

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