sábado, 22 de febrero de 2014

El Alzheimer

    La enfermedad de Alzheimer o mal de Alzheimer es una enfermedad neurodegenerativa que se manifiesta como un deterioro de las funciones mentales con trastornos de la conducta.

    Se caracteriza por la pérdida progresiva de la memoria reciente y de las capacidades mentales, debida a la pérdida anormal de las neuronas, atrofiándose zonas del cerebro. Después del diagnóstico suele tener una supervivencia de unos 10 años en los que el paciente sufre un deterioro de todo su organismo, muriendo, no por causa de la enfermedad sino por patologías asociadas. En este tiempo el enfermo llega a convertirse en un ser que depende las 24 horas del día de su cuidador porque es incapaz de realizar por sí mismo ninguno de los actos de la vida cotidiana.

    Suele aparecer en personas de más de 65 años pero, tampoco es raro, encontrar pacientes por debajo de esa edad. Debe su nombre al psiquiatra Alois Alzheimer que en 1906 descubrió la base neuropatológica de la enfermedad. También Emil Kraepelin definió los síntomas de este trastorno.

    En un principio, lo que más llama la atención - y puede ser el primer aviso- es la incapacidad para recordar, esos pequeños olvidos que generalmente se atribuyen a la edad, al despiste o al estrés. A la persona se le olvidan las cosas, no sabe dónde ha dejado las llaves o qué ha hecho por la mañana. Todo esto con harta frecuencia de forma que los familiares que lo observan e, incluso el mismo paciente, empiezan a preocuparse. Es la hora de acudir al neurólogo y que sea él quien lo valore para descartar la enfermedad o, en caso afirmativo, hacer un diagnóstico precoz y poder empezar a trabajar en el tratamiento.

    A medida que la enfermedad progresa, aparecen otros síntomas característicos como confusión mental, períodos en los que el enfermo se muestra irritable y violento, atentando contra las personas que tiene más próximas -el cuidador es el que más sufre estos arrebatos-, alternando con momentos en que se da cuenta de su conducta, sufre y llora, pero es algo propio de la enfermedad y que no puede remediar. Poco a poco, o de forma más rápida, -según enfermos-, aparecen trastornos del lenguaje, pérdida de la memoria antigua y retraimiento. El enfermo se aisla y no quiere hablar con nadie. Con la mirada perdida se pasa horas sin moverse. Va perdiendo el lenguaje oral y la escritura, perdiéndose todas las facultades mentales. No reconocen a las personas de su entorno pero conservan alguna reacción a las caricias.

    Las causas se desconocen así como tampoco existe hoy un tratamiento efectivo que cure la enfermedad o que frene el proceso. Los medicamentos existentes van encaminados a paliar un poco los síntomas. Se ha dicho que la actividad intelectual ayudaba en la prevención de la enfermedad pero es algo que no está probado. En la actualidad todos conocemos los casos de personas públicas brillantes, que han tenido una vida intelectualmente rica y a los que la enfermedad no ha respetado,Lo que sí parece ser cierto es que cuando aparecen los síntomas en estas personas el deterioro del cerebro es mayor porque con la actividad mental, a medida que se pierden neuronas se van formando nuevas conexiones entre las células retrasando así la aparición temprana de los síntomas.

    Está muy bien conocer el proceso de la enfermedad pero poco ayuda al cuidador que durante años, día tras día, dedica su vida al cuidado del enfermo. Normalmente son mujeres las que se encargan de estas tareas, la esposa o alguna hija. Es un trabajo ingrato y necesitan un tiempo de descanso físico y esparcimiento en el que puedan desconectar para que sigan en la brecha y no se conviertan en otros enfermos.

    Comprendemos mejor la enfermedad cuando el afectado es un familiar, un amigo o, simplemente, un conocido al que hemos tratado. He tenido la oportunidad de poder observar el desarrollo del Alzheimer en un paciente desde los inicios hasta su muerte. En un principio los síntomas pasaban desapercibidos: algunos olvidos, desorientación¨... A veces se atribuye a despistes. Pero se ve que la enfermedad avanza cuando ya son muchos los olvidos, cuando va a vestirse y no recuerda el orden de colocación de las distintas prendas o es incapaz de abrocharse los botones o cerrar una cremallera. Se va olvidando del nombre de las cosas o de las personas. Intenta pero no es capaz. Tiene dificultades para leer y escribir o realizar pequeñas operaciones matemáticas, asociar los objetos y sus nombres. Después de haber pasado toda su vida laboral entre coches y ser un experto conductor, llegó un día en que volviendo a casa en su coche al llegar frente al garaje fue incapaz de hacer la maniobra para introducirlo. Hubo que avisar a un vecino que amablemente solucionó el problema, apaciguando a los conductores que venían detrás y molestos por la interrupción no paraban de hacer sonar el claxon. Este episodio es una prueba de cómo se van perdiendo las capacidades habituales. No es raro que salgan de casa y no sepan volver y aparezca luego la Policía o algún conocido con el enfermo al que han encontrado en los sitios más inverosímiles. Del período agresivo, mejor no hablar. El pobre cuidador tiene que defenderse como puede pues no quiere causarle ningún daño, pero es él quien sufre directamente esos arrebatos violentos. Después cuando ya ha perdido "todo", la persona que lo cuida se siente más segura; sabe que tiene que realizar por él todas las tareas: aseo , comida, acostarlo, levantarlo... pero se siente más segura, ya no tiene miedo porque puede controlarlo. Ahora el enfermo depende para todo de su cuidador las 24 horas del día.

    Existen asociaciones de familiares de enfermos de Alzheimer que son una ayuda pero tal como están hoy las cosas es la familia la que soporta toda la carga. En esta enfermedad es todo el entorno del enfermo el que necesita ayuda porque todos sufren los efectos de la misma.

    La OMS dedica el 21 de septiembre al Día Internacional del Alzheimer. 

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