domingo, 2 de mayo de 2010

La Virgen de Otero

Al llegar el mes de mayo viene a mi recuerdo la ermita de la Virgen de Otero.

Los sábados. La cita siempre en el mismo lugar: la Puerta del río, a las ocho y media de la mañana. Allí nos congregábamos un grupo de personas, mujeres en mayoría, aunque también se unían algunos hombres. Desde allí, rezando el rosario, emprendíamos el camino, cruzando primero el puente del Tormes y, siguiendo por un sendero paralelo al río, para continuar después el tramo más difícil, la ascensión hasta el cerro donde se encuentra la ermita, con sus repechos que te dejan sin respiración. Hay un camino, de pendiente un poco más suave, pero que casi nadie sigue, optando por subir campo a través, por la empinada cuesta.

Por el camino ya nos encontrábamos a otro grupo más madrugador, que ya volvía.
Cuando se llega a lo alto y se respira un par de veces, se recobra el aliento y es una gozada contemplar el hermoso paisaje que desde allí se divisa.

Atravesando el pequeño cementerio, todavía en uso, se entra en la pequeña ermita donde la Virgen espera las numerosas visitas del mes de Mayo. Se oye misa y se entonan canciones propias del mes de las flores.

El regreso es más fácil. Se respira a pleno pulmón y se aspira el aroma del tomillo y el cantueso que para estas fechas empiezan a florecer. Con el corazón esponjado hacemos el regreso, llegamos a casa felices y dispuestas para realizar las tareas cotidianas.

Los domingos por la tarde también acuden muchos fieles a oír la Misa en la pequeña ermita. Pero no es lo mismo. Casi todos suben en coches y es distinta la ascensión de las mañanitas que se hace caminando. Cuesta un poco levantarse temprano, cuando no hay que ir a trabajar, pero ese pequeño esfuerzo se ve mil veces recompensado por la satisfacción que produce.

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