martes, 6 de septiembre de 2011

Impresiones del veraneo

Después de todo un año, volver al mar, es una alegría. El primer baño constituye todo un acontecimiento por lo esperado. A las 9 de la mañana ya hay muchos madrugadores dentro del agua. Un paseíto, recorriendo la playa, orillita del agua, como ejercicio preparatorio y luego...¡al agua!. El mar está tranquilo, como un fino espejo, la playa, limpia. Todavía no ha acudido la avalancha de veraneantes que dejan el lugar como si hubiera pasado una horda de vándalos.

El agua está deliciosa. En el Mar Menor no hay oleaje -como una gigantesca piscina- y la temperatura es muy agradable. Da la impresión de sumergirse en una bañera con el agua templadita. Por eso en estas playas hay muchas personas mayores, con problemas óseos. Tampoco hay peligro de ahogamiento ya que hay que hay que desplazarse mucho mar adentro hasta encontrar una profundidad que pueda ser peligrosa.

En las primeras horas del día está despejado el terreno y se puede nadar a gusto sin miedo a tropezarse con el vecino. Es un goce inenarrable zambullirse en esas aguas tan cristalinas, antes de que hayan sido removidas por la extraordinaria afluencia de bañistas. Hasta bien entrada la noche podemos encontrar veraneantes nocturnos que encuentran placer bañándose a la luz de la luna o de las farolas del paseo marítimo.

A los pocos días empezaron a aparecer las medusas. Por referencias supimos que alguna moto acuática había roto las redes de contención y, por los boquetes penetraron infinidad de medusas de todos los tamaños, unas pequeñitas como una moneda y otras enormes, como boinas flotantes. Daban la sensación de platillos volantes, con un disco de color marrón y otra parte a modo de paraguas rodeada de tentáculos de color violeta y unos gránulos del mismo color. Nunca había visto tantas y, al principio me inspiraban cierto respeto. Los jóvenes y los niños se dedicaban a cogerlas en cubos, que vaciaban en las papeleras. No debían constituir ningún peligro pues hasta los más pequeños las cogían con las manos; llegó a constituir una atracción más de la playa. No obstante no resultaba agradable el contacto y más cuando fuera del agua se convertían en una masa gelatinosa, viscosa y repugnante. También he tenido ocasión de contemplar las medusas verdaderamente peligrosas: son de color blanco, con un reborde de color azul. Creo que podré reconocerlas si alguna vez tengo la desgracia de encontrarlas, para poder huir de su contacto.

También, por algunos lugares, cerca de la orilla, se veían babosas o limacos de mar que, al menor contacto, se enroscaban. Había quien los pisaba, soltando un líquido de color morado. Siempre se encuentra a alguien que defiende a estos pobres seres argumentando que somos las personas quienes invadimos su territorio. Y tienen razón. Todos los días aparecían por la orilla, fuera del agua anguilas, de un tamaño mediano,que los pescadores sacaban del mar, abandonándolas después, hasta que acababan putrefactas en la arena. En otra playa cercana abundaban los cangrejos ermitaños y, entre la arena, berberechos pero de tamaño tan reducido que luego, en casa, pensando en un festín, quedaban reducidos a simples bichitos con poco que llevarse a la boca.

Cuando el calor aprieta y la playa se llena de gente, lo mejor es coger todos los bártulos y camino de casa a la sombrita que es donde mejor se está en las horas centrales del día. Al volver nos encontrábamos con los que aprovechan precisamente esas horas para acudir a bañarse. Muchos con niños pequeños. Aunque también, en honor a la verdad, este verano muchos niños pequeños y, no tan pequeños iban protegidos con un traje elástico, con mangas y perneras, parecido al que llevan los ciclistas, que usaban incluso dentro del agua. Va llegando la cordura a algunos padres. Algunos eran extranjeros, pero afortunamente también los utilizaban niños españoles.

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