jueves, 22 de septiembre de 2011

Recuerdos del verano

¡Cómo olvidarme de Pedro! Pedro es una persona especial. Es difícil precisar su edad. Probablemente pase ya de los cuarenta. Es un gigantón con alma de niño. Grande, con el pelo entrecano y la sonrisa siempre en los labios. No sé si vive habitualmente en el pueblo o, simplemente, pasa allí los veranos con su familia. Está muy curtido, de pasar muchas horas en la playa. Cada día aparece con un ramito de jazmines que va regalando, florecita a florecita, a todas las señoras que encuentra. Es una gentileza de Pedro. Va pasando por todos los grupos que están dentro del agua, con su sonrisa a cuestas. Si le preguntan, sigue sonriendo porque su lenguaje es casi nulo, hace como si escribiera con el dedo en la palma de la mano. Todo el mundo lo conoce y todos le saludan. Su padre lo vigila, a corta distancia, pero es un cuidado innecesario, porque no causa ningún problema. Como no sabe nadar, no se interna mucho en el mar, sólo se baña donde no le cubre el agua.

Y así van pasando los días y los años para él. Y cada verano lo volveremos a encontrar por la playa.

Por las mañanas, muy temprano, aparece un grupo de gimnasia, primero en tierra y después dentro del agua. Lo mismo se acercan al grupo hombres y mujeres de distintas edades, para hacer los ejercicios, cada cual según sus posibilidades. Algunos días veíamos también a un grupo que practicaba taichí. Todos con una monitora. Hay para todos los gustos.

Al lado de la playa existe una Escuela de Vela que acoge, en el verano a grupos de muchachos y muchachas de distintas edades que, aprovechando las vacaciones, pasan unos días en contacto con la naturaleza, a la vez que se inician en la práctica de los deportes en el mar.

Los mayores, salían por grupos en veleros, muy bien pertrechados. Seguramente ya habían hecho otros cursos y tenían alguna experiencia práctica. Todos los días aparecían a la misma hora acompañados de sus monitores.
Otros grupos de niños más pequeños hacen sus primeros pinitos sobre una tabla e intentan, entre carcajadas de los compañeros, mantener el equilibrio o, en una barca, aprenden a manejar los remos y controlarla. Los monitores vigilan para que no haya que lamentar ningún accidente.

Por la noche, después de cenar, dábamos largos paseos, buscando el frescor de los parques o del Paseo Marítimo. Es una delicia, al pasar cerca de algunos jardines, aspirar el aroma dulzón del jazmín pero, sobre todo, el suave perfume de "la dama de noche" que anuncia su presencia desde lejos.

Otros días el paseo se dirigía hacia los mercadillos nocturnos. Es muy entretenido el espectáculo de estos mercados al aire libre. Allí se vende cualquier cosa: ropa, calzado, bisutería, bolsos, discos... Hay muchos curiosos pululando alrededor de los puestos. Algunos compran, los más miran. Pero se pasa un buen rato observando el ir y venir de la gente ociosa. ¡Tienen tantas horas los días de vacaciones...!

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