Susanita tenía cinco años. Vivía en un pequeño pueblo de la Meseta y era... casi feliz. Y, digo casi, porque tenía un deseo que nunca veía cumplido. Estaba ilusionada y soñaba con poseer una hermosa muñeca, justamente igual a la que poseía Nieves, una amiguita suya. Se la había traído una tía que vivía en Barcelona. Todos los años iba al pueblo a pasar las vacaciones y siempre le llevaba a la sobrina algún regalito de los que no se veían por el pueblo. Aquel año, el regalo había consistido en una preciosa muñeca de porcelana, con su pelo, ojos que se abrían y se cerraban y hermosos vestidos. Cuando Nieves enseñó la muñeca a sus amigas, todas abrieron unos ojos enormes y se quedaron sin habla. Nunca habían visto nada igual. ¡Qué bonita era aquella muñeca! Claro que no se podía sacar de la caja y sólo se podía admirar.
Aún así, a Susanita le produjo tal efecto que todas las noches soñaba con aquella muñeca y su deseo más ferviente era poder tener otra igual.
No es que Susanita, al igual que todas las niñas del pueblo, no tuviese una muñeca para jugar. Tenía su "Pepa". Era de trapo y la quería mucho. Se la había hecho la abuelita, así como también vestiditos, confeccionados con los recortes de tela que la modista devolvía cuando le encargaban alguna prenda. Tenía también un colchoncito, relleno de vedijas de lana, colocado en una caja de zapatos, convertida en cuna. Susana era feliz y jugaba mucho con "Pepa", hasta que vio la deslumbrante muñeca de su amiguita. Desde entonces, su querida muñeca quedó olvidada, prendada de aquella preciosidad. Aquello se convirtió en una obsesión.
Llegó la Navidad. La niña pidió a los Reyes el preciado juguete. Pasaron los Reyes por el pueblito pero, en los zapatos de la niña no estaba aquello que tanto deseaba. Decepcionada preguntó a sus padres si ella no se había portado bien porque no le habían traído la muñeca que con tanta ilusión había pedido. Tuvieron que contestarle que, cuando llegó por allí la caravana, ya no les quedaba ninguna.
Para su cumpleaños la volvió a pedir, pero allí en su pueblo, tan chiquito, no vendían juguetes. Además, aquella muñeca debía valer una fortuna y no estaban los tiempos para tales dispendios.
En junio se celebraban en la cercana ciudad las ferias de San Antonio. El padre de Susanita, como muchos otros labriegos de la comarca, solía acudir cada año para vender alguno de sus productos y comprar las herramientas que siempre había que reponer, con vistas a la cercana recogida de la cosecha.
Antes de salir de casa, el padre llamó a la niña.
-¿Qué quieres que te traiga de la feria?.
Susana no dudó un instante. Lo tenía decidido.
-Una muñeca bonita. Eso es, una muñeca como la de Nieves.
Se pasó todo el día ensimismada, esperando que llegara la noche y regresara su padre de la feria.
Cuando llegó empezó a sacar todas las cosas que le habían encargado y las iba colocando, una a una, sobre la mesa de la cocina. Al final, apareció un paquete envuelto en papel de colores que le entregó a Susanita.
-Es para ti -le dijo el padre-.
¡Con qué ilusión rompió el papel y abrió la caja de cartón! Dentro había una muñeca. Ciertamente no era como la de su amiga pero, al fin, era una muñeca de verdad, comprada en una tienda. Tenía la carita con las mejillas sonrosadas, los labios rojos y unos ojitos azules como el cielo.
Tendré que ponerle un nombre -pensó-. ¿Cómo le llamaré? ¡Ah, sí! Le llamaré Rosa. Ese nombre le va bien porque tiene la cara y los labios de ese color.
Y se puso a jugar con ella. Haría todas las cosas que había visto hacer a su mamá con su hermana, la chiquitina. Con una cucharita simulaba darle de comer.
-Tendré que bañarla, también.
Había, a la sazón, un cubo de agua, recién sacada del pozo.
- Como no tengo bañera este cubo podrá servir -pensó Susanita-. Y, sin dudarlo, introdujo la muñeca en el agua.
Al poco rato, la madre que se encontraba en la cocina preparando la cena, oyó un grito angustioso de la niña. Alarmada acudió para ver qué ocurría. Se encontró a la niña llorando desconsoladamente.
_¿Qué ha pasado?.
-Mira mi muñeca, se está deshaciendo en el agua.
La muñeca ¡ERA DE CARTÓN!.
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