La lectura del libro Vivir mejor con menos me ha sugerido unas cuantas reflexiones.
La economía colaborativa nos la presentan como algo novedoso pero, si echamos una vista atrás, a los tiempos de nuestra infancia, sobre todo si hemos vivido en pueblos pequeños, veremos que es lo que se hacía habitualmente entre los familiares y vecinos. Todos compartían lo suyo con los demás. Eso era lo normal, las normas de buena convivencia, basadas en la confianza y la amistad.
Se compartían, muchas veces, aperos de labranza, maquinaria, tan escasa entonces, herramientas, animales de carga, trabajo... Nadie tenía en su casa todas las herramientas necesarias para las chapuzas que surgen en el día a día. Si necesitaban un serrucho, todos sabían donde tenían que ir a solicitarlo; o una romana pequeña para pesar unos kilos de patatas o cerezas. Y si era en la época de la matanza y había que pesar el cerdo no en todas las casas existía una romana grande, pero sabían qué vecino la tenía y, sin ningún problema, iban a pedírsela. Lo mismo ocurría en la recogida de la cosecha, si tenían que pesar unos sacos de trigo o de cebada.
Otro tanto pasaba con el trabajo. Si amenazaba una tormenta, todos ayudaban al vecino que estaba más apurado, en el rastrojo o la era, a recoger la mies y así evitar mayores daños. Y qué decir de la vendimia. Se ayudaban unos a otros en la recogida, a cargar los cestos y en el pisado y prensado de la uva. Todo se hacía con la mejor voluntad, "un día por ti, otro por mí".
Como muestra de lo anterior quiero contar una anécdota que ilustra muy bien el tema. Tendría unos 13 ó 14 años y estaba estudiaba interna en un colegio de monjas. Pues bien, me salieron en las piernas unas ampollas que tenían muy mal aspecto. La Hermana encargada de las internas me llevó al médico para que me las viera. El doctor me recetó mercurocromo, una fórmula magistral que me prepararon en la farmacia, una botella que contenía, como poco, tres cuartos de litro. Me apliqué la tintura unos días y, "milagrosamente" desaparecieron las molestas ampollas. Cuando llegaron las vacaciones volví a casa y llevé conmigo la botella con el ungüento mágico. Conté lo sucedido y pronto se corrió la noticia por el pueblo y resultó que todas las personas que se hacían cualquier herida, -cosa bastante frecuente en el pueblo-, pasaban por casa, mi madre les pintaba y todos tan contentos porque aquello funcionaba. Todo esto sucedió durante mucho tiempo, mientras duró el contenido de la botella. Después vinieron las presentaciones comerciales de la mercromina, pero, al principio, en mi pueblo la conocieron gracias a mi botella "mágica".
Ahora, gracias a las nuevas tecnologías, -Internet y las Redes Sociales- las cosa se hacen de otro modo, a través de plataformas, todo muy organizado y nos invitan a ser más responsables en el consumo, evitando comprar por comprar.
Si miramos en nuestras casas vemos que hay un montón de cosas que un día compramos y que nunca hemos usado y que al final se convierten en un estorbo y no hacen mas que almacenar polvo y ocupar espacio. Otros objetos los hemos utilizado una sola vez y, tal vez, sería mucho más rentable alquilarlos. Me estoy acordando de un compresor que compramos y con el que sólo se pintaron unas pocas paredes. En casa no se volvió a usar, lo llevaron algunos familiares y amigos y después no sé adónde fue a parar.
Tener un coche para usarlo un día a la semana y, aveces ni eso, tampoco me parece muy rentable. Con los gastos que lleva aparejados daría para muchos recorridos en taxi y no digamos en transporte público. Es muy interesante compartir el coche los compañeros de trabajo, supone un ahorro y menos emisiones tóxicas en la atmósfera. Así mismo en recorridos más largos, interprovinciales.
Y lo de las dos viviendas... Aquí sí puedo opinar con conocimiento de causa . Tengo un piso que sólo utilizo en verano y, por darle un uso, Estoy pagando Comunidad con calefacción, agua y limpieza todo el año, como si estuviera viviendo en él. Con los gastos que me ocasiona podría ir a un hotel y despreocuparme de todo. Iría un año a un lugar y al siguiente a otro y conocer otras ciudades.
En estas plataformas de economía colaborativa se intercambian casas con otras personas que desean conocer nuestra ciudad. Nosotros cedemos nuestra casa durante unos días y a cambio podemos vivir ese tiempo en otro lugar que nos apetezca, dentro o fuera del país. Esto da pie a que, por poco dinero, podamos disfrutar de unas vacaciones en otros lugares elegidos. Para esto hay que contar con la responsabilidad de las personas que hacen el intercambio, cuidando las cosas como si fueran nuestras y dejando todo tal como lo encontramos.
También se organizan comidas o cenas en casa familiares y es una forma divertida y agradable de conocer la gastronomía y hacer amistades con personas de otras culturas que nos van a enriquecer. Es tener la mente abierta a otras novedades.
En cuanto al tema financiero la economía colaborativa tiene innovaciones: el dinero social y otras monedas más sofisticadas que se tramitan a través de las plataformas digitales.
La moneda social, que convive con el euro, es una moneda complementaria. Hay monedas de barrio que sirven para comprar en la panadería, la frutería, etc. Son monedas que se usan en zonas muy limitadas y tienen que ser admitidas por las empresas y los usuarios.
Los bancos de tiempo es algo interesante. Se puede intercambiar "el tiempo" sin utilizar la moneda. Por ejemplo, yo necesito un electricista que me haga unos arreglos en casa. A cambio me puedo ofrecer para planchar unas camisas, hacer arreglos de ropa, cocinar o limpiar... Esto nos puede ahorrar algunos euros y, seguro, que hay muchos jubilados dispuestos a echarnos una mano a cambio de que nosotros les ayudemos con nuestro trabajo.
El mercado de segunda mano es también algo a tener en cuenta.Con la crisis los bolsillos están más resentidos y, a la hora de comprar, se piensan más las cosas. La llegada de un bebé conlleva muchos gastos pero hay infinidad de cosas que se pueden comprar de segunda mano en un estado impecable pues los niños crecen muy deprisa y no llegan a estropearlas. Me refiero a canastilla, cuna, silla de paseo, parque, trona.. Ahora que muchas de las parejas sólo tienen un hijo me parece un despilfarro gastar tanto dinero en objetos que van a quedar nuevos y que, después, en los pisos pequeños no hay lugar para guardarlos. Antes comprar de segunda mano era vergonzoso, hoy es de ahorradores listos.
Otro tanto podríamos decir de los juguetes y libros escolares. Afortunadamente existen ya colegios en los que los libros escolares se van pasando de un curso al siguiente. Los alumnos que saben que los han recibido y tienen que dejarlos para otros niños se ha comprobado que los cuidan más y esto ya es algo positivo. Esta práctica contribuye a aliviar el problema de muchas familias al comienzo de curso disminuyendo los gastos.
Si para nuestra alimentación compramos productos de temporada y producidos en la zona estaremos mejor alimentados y gastaremos menos, evitando largos transportes e intermediarios.
La economía colaborativa está extendida por muchísimos países y, parece, que no tiene vuelta atrás. No obstante no es un camino de rosas. Hay algunos sectores de la economía que se sienten perjudicados por estas prácticas: el transporte de autobuses, trenes y taxis y, sobre todo, la hostelería. Por lo tanto se necesita una regulación que no perjudique a nadie pero que, a su vez, proteja la autonomía del individuo y sus intereses, que no supedite al ciudadano dentro del sistema económico.
Como resumen se puede afirmar que podemos vivir mejor con menos, que hoy se tiende no a la propiedad de las cosas si no a su acceso, a poder disfrutar de las mismas. .
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