miércoles, 16 de noviembre de 2011

Mi primera escuela

Después de leer "Querida maestra", obra autobiográfica de Julia Resina, en la que cuenta sus experiencias en el mundo de la docencia, primero como alumna y después como maestra hasta su jubilación en una localidad de la Comunidad de Madrid, me viene el recuerdo de la primera escuela a la que asistí, allí, en donde aprendí las primeras letras y muchas cosas más.

Y ésto porque la infancia, adolescencia y juventud de Julia tienen mucho en común con mi vida. Julia Resina vio la luz en un pueblecito, en la provincia de Ávila; aunque más grande que el mío, las condiciones de vida en aquellos tiempos de posguerra eran muy semejantes.

Entonces empezábamos a asistir a la Escuela al cumplir los seis años, aunque el curso estuviese ya avanzado. Recuerdo que teníamos que llevar algún papel del Ayuntamiento -algún certificado de haber cumplido la edad reglamentaria, supongo- que debíamos entregar al Maestro. Yo lo dejé en el alféizar de la ventana y se me olvidó entregarlo, hasta que alguien lo vió.

Era una escuela unitaria y mixta. Allí nos congregábamos todos los niños y niñas del pueblo, en edad escolar, una clase muy numerosa y variada en cuanto a edades. Los mayores se sentaban en unos bancos corridos y trabajaban sobre unas mesas, también corridas, con unos agujeros redondos para los tinteros. ¡Ah! La tinta se fabricaba allí, con unos polvos que se disolvían en una botella de agua. De allí se repartía a los tinteros.

Pero, como éramos muchos, y no había mesas para todos, los pequeños teníamos que sentarnos en un banco, bajito, que no era más que un madero sin desbastar, muy juntitos todos. Como material escolar sólo llevábamos una pizarra y un pizarrín, con un trapo para borrar, aunque las más de las veces usábamos la manga. En esa pizarra aprendimos a leer y escribir y los números, con muestras que nos ponía el maestro.

El maestro era la autoridad absoluta y, le teníamos tal respeto, que sentíamos temor de preguntar cualquier duda,incluso de pedir permiso para salir a "hacer aguas", tanto es así que era raro el día en que, cuando salíamos de clase, no apareciera allí, debajo del banco, algún "charquito" acusatorio. ¡Nos daba tanto apuro dirigirnos al maestro...! Por mi parte no se me olvida que lloraba, al ver que todos sabían más que yo. Había sido la última en llegar. Aunque tenía dos hermanos mayores en la escuela, me sentía insignificante.

Se pasaron aquellos primeros tiempos, fuimos cambiando de maestros, unos eran más autoritarios, otros, no tanto, pero de todos guardo un buen recuerdo y mi sincero reconocimiento.

No se me ha olvidado tampoco el material de que disponía la escuela: unas láminas con las que aprendíamos la Historia Sagrada; mapas físicos y políticos de España y Europa, mapa mundi..., en ellos aprendíamos la geografía; libros de lectura, entre ellos El Quijote, en castellano antiguo, que en otro momento tuve la ocasión de poder leer completo. Cómo olvidarme de Lecciones de cosas, Invenciones e inventores, algunos libros de poesía, otros con letra manuscrita, de distintos tipos -difíciles de leer- que reproducían cartas, documentos comerciales,etc. De tarde en tarde -cuando lo permitía el presupuesto- el Ministerio enviaba algún lote de libros. Allí, con aquella exigua biblioteca, empezó mi afición por la lectura y el saber. Entonces, en las casas ver libros era algo sumamente raro, había otras necesidades más perentorias y tampoco se valoraba debidamente la cultura.

Cuando aprendíamos a leer y escribir, de corrido, pasábamos a estudiar en enciclopedias. Había tres grados: Preparatorio, Elemental y Superior. Eran de Ezequiel Solana, ascendiente directo de los actuales Solana, políticos. Después aparecieron las Enciclopedias Álvarez, pero yo no las usé. Por descontado que iban pasando por todos los hermanos.
Para entonces ya llevábamos un cabás, de madera, donde guardábamos la enciclopedia, el cuaderno, la pizarra -que aún utilizábamos, para escribir "en sucio"- .También llevábamos un plumier con pizarrín, lápiz, de grafito, lápices de colores - las pinturas Alpino-, un sacapuntas y una goma de borrar. Los lápices los aprovechábamos hasta que no se podían sujetar con los dedos, de lo gastados que estaban.

En el invierno pasábamos mucho frío, porque no había calefacción y, para calentarnos un poco los pies, llevábamos una lata de conservas, con un alambre como asa, en la que poníamos unas brasas y así nos hacíamos un minibrasero individual. Bastante después, el Ayuntamiento compró una estufa de serrín, que los chicos mayores se encargaban de cargar y encender, cada mañana.
La limpieza estaba a cargo de las niñas mayores; los sábados, después de clase, se barría y se limpiaba el polvo de las mesas.
Durante los recreos salíamos a la calle a jugar a los distintos juegos - un poco según la época del año- , a la comba, el escondite, las cuatro esquinas... En el invierno, cuando no se podía estar en la calle, lo hacíamos en el "salón, pero esto tenía un inconveniente y es que quedaba encima de las cuadras de una casa y, con el alboroto se encabritaban los animales y subía el dueño con malos humos.

En aquellos tiempos no había "deberes" escolares y, cuando salíamos de la escuela nos íbamos a jugar a la plaza, a la carretera o a cualquier otro sitio. Esto no siempre porque en las casas de los labradores siempre hay cosas por hacer y así, como solían tener conejos, había que ir al campo a buscar hierba para alimentarlos y, lo mismo, había que traer cardos para los cerdos. Pero siempre encontrábamos tiempo para el juego al aire libre. Nadie tenía juguetes pero tampoco los necesitábamos, nos bastaba la imaginación y unos recortes de tela, unas vedijas de lana, una caja de cartón, para fabricar una muñeca, sus vestidos, su cuna...

Así, con estos escasos medios, empezamos a formarnos. Allí estuve hasta comenzar el Bachillerato y los estudios siguientes en la Escuela del Magisterio, aunque mi vida no haya seguido por esos derroteros. Pero siempre guardaré, muy dentro de mí, un recuerdo imborrable y el agradecimiento para aquella escuela heróica que guió mis primeros pasos.

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