sábado, 28 de enero de 2012

Carmina

Llegó octubre y empezó un nuevo curso. En junio habíamos hecho el examen de Ingreso y empezábamos el Bachillerato. Era todo un acontecimiento en nuestras pequeñas vidas. Era algo importante; no todo el mundo tenía la suerte de poder estudiar. Conocería a muchas nuevas alumnas que, como yo, empezábamos nuevo curso y, haríamos nuevas amistades.

Entre las nuevas, estaba Carmina, una niña alta y delgaducha, morenita, de ojos tristes, con una melenita un poco ondulada. Lo que más llamaba la atención en élla era su bondad y su dulzura. Nunca abandonaba su eterna sonrisa en su boca, de labios azulados.
Cuando salíamos al patio, en los recreos, ella se quedaba sentada en un rincón al sol, si hacía buen tiempo, contemplando nuestros alocados juegos, pero nunca participaba. Si el tiempo era frío, se quedaba en clase leyendo algún libro o repasando las lecciones. Tampoco hacía gimnasia. Otra compañera, vecina suya, nos informó que, no podía hacer mucho ejercicio, porque estaba enferma del corazón.

Así pasaron el 1º y el 2º cursos. Carmina se hacía querer por ella misma, por su bondad y su dulzura. No era compasión lo que sentíamos por ella, era otra cosa. Nunca estaba enfadada y podíamos confiarle cualquier secreto, en la seguridad de que no iba a divulgarlo.

Llegamos al curso 3º y Carmina no apareció por las aulas. Las compañeras preguntamos a la vecinita: ¿Cómo no viene Carmina?. Nos informó que su salud había empeorado y tenía que guardar cama. Nadie esperaba que fuera algo irremediable. Pero un día de noviembre, cuando caen las hojas, llegó la noticia: Carmina había muerto. Así, como las hojas, blandamente, sin ruido. Una tristeza embargó a toda la clase. Todas nos preguntábamos ¿por qué la vida es tan cruel?. Aún no había cumplido 13 años y ya había sido arrebatada de este mundo una niña inocente.

Al salir de clase, todo el grupo, nos dirigimos a la casa de Carmina y, allí la encontramos sobre su cama, vestida con una túnica blanca y un ramito de flores en sus manos de cera. Era la figura de un ángel. Aún conservaba su eterna sonrisa en su carita serena, como si hubiese volado en medio de un sueño plácido y feliz.
Por la tarde no hubo clase para que todas sus compañeras pudiésemos acompañarle a su última morada. Compramos una sencilla corona con la inscripción: "Tus compañeras de clase no te olvidan". Y así ha sido, al menos yo, ha pasado mucho tiempo, y la recuerdo.
Tampoco puedo olvidar el entierro. Un ataud blanco en una carroza, también blanca, tirada por cuatro caballos, con penachos. Nosotras íbamos, en filas, a los dos lados. Pasamos por los barrios de la Fuente Minaya y, los alfareros dejaban su trabajo y se quedaban en silencio, hasta llegar al Cementerio, donde presenciamos una sencilla pero emotiva ceremonia.

Al regreso, según la costumbre, debíamos pasar por la casa mortuoria, para presentar las condolencias a la familia. Allí sí vimos escenas desgarradoras, por parte de la infeliz madre que, al pasar cada una de nosotras, nos abrazaba llorando y, nos costaba trabajo desasirnos de sus brazos. Estas escenas me impresionaron tanto que, durante muchos años, me he sentido incapaz de pasar por tal trance.

¿Por qué murió Carmina, una niña de 12 años?. ¿Qué sabíamos nosotras de cardiopatías congénitas?. Quizás hoy con un trasplante, la niña hubiese podido vivir más años... Pero entonces la Medicina no había llegado a eso. Tendrían que pasar todavía muchos años.

¿Por qué sufren los niños, si son inocentes?. Eso es un misterio. No tratemos de buscar explicaciones inútiles. Es la voluntad de Dios y, aunque no lo comprendamos, tenemos que admitirlo y aceptarlo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario